Siento el retraso, pero desgraciadamente he dejado abandonado el blog, y no sé cuándo podré volver a dedicarle el tiempo que (creo) merece. Miguel Ángel Diego ha vuelto a dejarme un artículo para que lo publique, y aunque sea con retraso, aquí lo dejo.
Nos acercamos a la Navidad y,
los salmantinos con raíces y memoria, también al recuerdo de dos
figuras señeras vinculadas a Salamanca que nos abandonaron un 31 de
diciembre: Miguel de Unamuno y José Sánchez Rojas. Ambos se
sintieron interrogados y tocados por la Navidad, cada uno a su modo
plasmó en su obra el acontecimiento y le dedicó sus versos.
Miguel de Unamuno,
representado paseando pensativo junto a las Úrsulas desde hace 50
años, en el monumento escultórico de Pablo Serrano erigido por
suscripción popular, apunta:
“en navidades se celebra
la fiesta de la niñez, el culto al Dios Niño. El nacimiento del
Hombre-Dios se pone en un paisaje nevado y alto aunque en Belén no
fuere muy conocida la nieve.”
Describe
la escena del portal:
“Estaba la Virgen María
meciendo el pesebre en Belén;
brizándole a Dios que dormía;
estribillo del brizo era
amén.”
Reflexiona,
da unos pasos y continúa:
“¡Dios ha nacido!
¡No, Dios no nace!
¡Dios se ha hecho niño!
¡Quien se hace niño padece y
muere!
¡Gracias, Dios mío!
Tu con tu muerte
nos das la vida que nunca
acaba”
Se
detiene, explica filosófico y paradójico que “cuando me pongo a
soñar en una experiencia mística a contratiempo, o mejor a
arredrotiempo, le llamo al morir desnacer y la muerte es otro parto”,
y recita:
“así Cristo nació sobre
la cruz;
y al nacer se soñaba a
arredrotiempo
cuando sobre un pesebre
murió en Belén
allende todo mal y todo
bien.”
La
figura de Sánchez Rojas resulta modesta al lado de la de su maestro,
don Miguel. Sin embargo, ante la Navidad, sus frases nos contagian
una emoción profunda y sincera llena de religiosidad, tanto en verso
como en prosa:
“¡Dulce Jesus bueno,
cuyo nacimiento
celebro esta noche, transido
de pena,
que esta Nochebuena no vive mi
padre!
¡Derrite la nieve con tu
blando aliento;
que María, tu Madre, sea esta
noche Madre
de los que no tienen ni portal
ni cena!”
“¡Danos
esa Nochebuena, Señor! ¡Enséñanos a superar la vida, a enraizar
en ella, a vivirla y a gozarla en los demás! ¡Venga esa Nochebuena,
Señor, para adorarte y alabarte!
¡Que
la leña añosa de nuestra paz se trueque en fuego y en brasa; que en
el banquete familiar estallen las risas de los niños; que sea para
ellos, para mi amigo, para mi enemigo, para todos, Señor, la vida,
una Nochebuena hermosa, con su portal de Belén, con los magos que
llegan al portal alumbrados por la luz de una estrellita que les
precede en su camino!”
José
Sánchez Rojas nos recuerda que las campanas acompañan a los hombres
en los acontecimientos y celebraciones importantes, en una
continuidad que se prolonga a lo largo de los siglos:
“Como
las olas del mar llevan al puerto más humilde emanaciones de otras
playas, las campanas traen a nuestros días voces olvidadas de otras
generaciones que parecían perdidas. Son el tiempo, la eternidad
humana, las campanas; el vigilante que no se duerme, la voz querida
que nos habla desde lejos, la estrofa rota que hilvana en nuestra
esperanza una canción, que nos recuerda algo misterioso, vago,
impreciso: el contorno dorado de un día de niñez, las líneas de
una remota esperanza que nos hace temblar de dicha en el silencio.”
Las
campanadas de fin de año dan la bienvenida al próximo y
simultáneamente nos recuerdan el adiós esperanzado de Unamuno y de
Sánchez Rojas. Los dos desean el amparo eterno de la ciudad de
Salamanca y los versos de éste bien pueden ponerse en los labios de
ambos:
“¡Salamanca de lumbre,
yo te adoro!
Recoja tu beldad mi último
aliento;
arrópenme tus piedras”
Miguel
Ángel Diego Núñez
Autor
del libro “Regionalismo y regionalistas leoneses del siglo XX (una
antología).”