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URRACA I Y ALFONSO VII: DOBLETE DE REYES CON GARCÍA-OSUNA

06 mayo, 2019


En el programa de la semana pasada hablamos con un invitado que ya ha pasado varias veces por la sección: José María Manuel García-Osuna y Rodríguez, médico de familia y doctor en Historia. Es leonés, con raíces en la capital y en Santa Lucía de Gordón. Ha publicado casi 200 artículos sobre historia, y ha dado más de 60 conferencias. Especializado en Historia Antigua y en Medieval. Uno de los temas que más le gustan es la historia del reino de León: artículos largos dedicados a Ordoño III, Bermudo III, Alfonso VI, Fruela II, Alfonso IX, Ordoño I, Fernando I, Bermudo II, García I y Alfonso VII. Ha publicado obras sobre Alfonso X (libro sobre el que lo entrevistamos a principios de esta misma temporada), Fernando el Católico, Alfonso VIII de Castilla...
García-Osuna ha publicado recientemente una monografía sobre Alfonso VII, titulada "El rey Alfonso VII "el Emperador de León", en Cultural Norte. Hay que destacar que no abunda la bibliografía divulgativa sobre este monarca leonés que, no lo olvidemos, marca el momento de máxima expansión territorial del reino. 

Además, García-Osuna tiene en el horno otra monografía sobre la madre del Emperador, Urraca I, otra de las grandes olvidadas (y denostadas) de la historia peninsular.

Os dejo con el resumen del libro de Alfonso VII aportado por el autor:

El presente libro nos retrotrae a un drama en la Alta Edad Media, que consiste en el momento en que el Reino de León va a perder la dirección de la Reconquista en Hispania o las Españas (España y Portugal) frente al Reino de Castilla, que secularmente fue un condado y reino dependientes siempre del Reino de León.
Es por lo que antecede por lo que el Emperador leonés tiene,en la actualidad, algún recalcitrante adversario en el País Llionés o Región Leonesa, entre aquella minoría de leoneses que no pueden
comprender lo que realizó este soberano con la parte más eximia de sus dos reinos, la leonesa y a la que él mismo atribuía su corona imperial.
Pero, en ocasiones, los reyes medievales estaban y gobernaban al margen de la lógica política más rigurosa y ortodoxa. Es obvio que la boutade del castellanismo político o historicista que manifiesta, apresurada y alegremente, que el soberano leonés tenía la convicción de que en Castilla estaba lo pujante y lo moderno, y en León lo arcaico y antañón, no se sostiene desde el más mínimo análisis histórico o historiográfico.
Es probable que este acto imprevisible e inaceptable de beneficiar a Castiella en lugar de a Lleón se fundamente en algún hecho patológico psicológico padecido por el propio monarca, en una mayor
afectividad por cuestiones fenotípicas e idiosincráticas hacia su primogénito, en las maniobras espurias de la nobleza castellana, que poseía tierras, predios y latifundios a ambos lados de la frontera, y en la dejadez de los magnates leoneses más volcados hacia las Galicias Lucense (Lucus Augusti-Lugo) y Bracarense (Braccara Augusta-Braga), o en todos estos asertos en un totum revolutum. Sea como sea el hecho se produjo y la historia se reescribió en demérito de la parte leonesa.
El emperador leonés divide, por consiguiente, sus dos reinos patrimoniales entre sus dos hijos varones, Sancho y Fernando, y de forma inexplicable el territorio leonés va a ver amputado su te-
rritorio y sus posibilidades, de lo que siempre se ha definido como los Campos Góticos o Tierra de Campos, patognomónicamente de León, y ahora castellanos. Su infancia nunca será fácil, ya que su padre, el conde Raimundo de Borgoña, pasará pronto a mejor vida, y su madre, la futura reina emperadora Urraca I de León “la Temeraria”, quedará desamparada en un terrible y problemático mundo de varones del Alto Medioevo, pero la soberana siempre tendrá muy desarrollado su sentido dinástico regio y defenderá sus derechos con ahínco por encima de todo.
El segundo matrimonio de la soberana leonesa no será positivo, ni fructífero, ya que el rey Alfonso I el Batallador de Aragón y de Pamplona es muy ambicioso, atrabiliario, extraño, misógino y violento; y se autodenominará como: “Emperador de León y rey de toda Ispagna o Spania o Hispania”.
El joven Alfonso Raimúndez deberá luchar, por lo tanto, para llegar a ser el factotum de todos los reinos de las Españas del siglo XII, buscando alianzas y apoyos en todas partes. Conseguirá ser coronado, sensu stricto y en la Catedral Románica Legionense de Santa María con todo boato, el 26 de mayo de 1135; su obra y su trono en la caput regni del glorioso Regnum Imperium Legionensis, que era la ciudad de León; por lo tanto ya es el árbitro esencial de toda la política medieval peninsular de su momento histórico.
Pero en los estertores de su devenir vivencial su desacierto conllevará el dejar a su reino de León minimizado, frente a una Castilla que desea ser preeminente.
No obstante, el león rampante regio e imperial va a figurar en el escudo urbano de algunas de las conquistas militares del emperador leonés, como por ejemplo en Zaragoza.
Sancionará el Fuero de Avilés (Anno Domini, 1155, otorgado por su abuelo Alfonso VI de León en 1085), que es uno de los primeros textos medievales escritos en la lengua romance leonesa, y el de Oviedo (1145), también otorgado por Alfonso VI de León, y del que se conserva un documento del rey Fernando IV el Emplazado de León y de Castilla, de 1295.
En su memoria existe, en León, la Imperial Cofradía de “Alfonso VII el Emperador y el Pendón de Baeza. Año 1147”, cuyo nombre original es el de: “Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro”.
Y terminaré con un texto, como existen centenares, definitorio de lo pretendido en el presente libro; proviene de la Chronica Adefonso Imperatoris que define, con toda claridad, de donde era rey Alfonso VII el Emperador: «Surgió una gran rivalidad entre los varones guerreros de Castilla que apoyaban al rey de León y los que seguían el partido del rey de Aragón. Y los que militaban a favor del rey de León salían siempre vencedores». Los actores regios son: Alfonso I el Batallador de Aragón y de Pamplona, claramente definido como el rey de Aragón; y Alfonso VII el Em- perador de León, que es el rey de León, dejando claro que Castilla es un territorio dependiente de León, y sin personalidad jurídica independiente del reino de León. ¿Quousque tandem abutere, Castiella patientia nostra?; y, por consiguiente, ¿Cuándo se respetará la identidad leonesa y se reconocerá el valor de su identidad histórica y de todo lo que representó?

ALFONSO VI DE LEÓN

28 diciembre, 2012

Fernando I y Sancha I en su diurnal. El personaje del centro
puede ser Pedro, el escribano, o Fructuoso, el iluminador
No conocemos con exactitud la fecha de nacimiento de Alfonso, aunque tradicionalmente se sitúa entre 1040 y 1047. En todo caso todo apunta a que fue el segundo hijo varón fruto del matrimonio entre Sancha, infanta de León, y Fernando, el conde de Castilla hijo de Sancho Garcés III de Pamplona. Sus padres se vieron alzados al trono leonés con la muerte del rey Vermudo III en 1037, y llevaron al reino a una de sus cimas. Es cierto que la situación era muy favorable, pues al-Ándalus se había fragmentado en todo un mosaico de pequeños estados independientes llamados “taifas”. Los reyes de las taifas comenzaron a pagar a los reyes leoneses importantes tributos en oro llamados “parias” sencillamente para poder seguir existiendo, pues la supremacía militar y política de León era incontestable. Además, las taifas guerreaban entre sí con frecuencia, y en ocasiones uno de los bandos acudía ante Fernando I para pedirle ayuda militar a cambio de dinero. Todo ello produjo que el reino leonés se enriqueciera a costa de los pequeños estados musulmanes y que, curiosamente, con el dinero que le pagaban pudiera equipar mejores y más grandes ejércitos con los que aumentar todavía más su poderío. Fernando I aprovechó su superioridad militar y tomó varias ciudades del norte de Portugal.

Expansión del reino de León durante el reinado de Fernando I (1037-1065).
Sancha y Fernando entablaron relaciones de amistad y alianza con la abadía francesa de Cluny, y llegaron a hacerse socios de ella. Este monasterio era el más prestigioso e influyente de toda Europa, ya que de él había partido la reforma para que la orden de los benedictinos recuperara su pureza. Los monarcas de los principales reinos europeos se asociaron con Cluny, pero los reyes leoneses lo hicieron con mayor entusiasmo que los demás: se comprometieron a pagar a la abadía 1000 dinares de oro al año, lo que constituía una auténtica fortuna (más de 4 kgs. del preciado metal amarillo). La abadía fue tan importante que su arte y su estilo constructivo fue imitado en toda Europa occidental: casi todos los monasterios e iglesias de la época fueron construidos siguiendo su estilo, incluyendo a San Isidoro y su Panteón, que fueron erigidos por Fernando y Sancha para albergar los restos del santo sevillano y de los reyes leoneses, respectivamente. 

La real pareja tuvo dos hijas, Elvira y Urraca, pero también tres hijos varones: Sancho, Alfonso y García, lo que complicaba la sucesión. Antes de morir, Fernando decidió dividir el reino de León entre estos tres últimos: a Sancho, que aunque era el mayor era el que tenía un carácter más brutal, le dio Castilla; a Alfonso, que según todas las crónicas era el hijo favorito, le otorgó la parte más grande, León, con la capital; y a García, que tenía fama de no ser muy inteligente, Galicia.  Con esta división cada uno de los hijos también recibía las parias o tributos de una o varias taifas: así, Sancho percibiría las de la taifa de Zaragoza, Alfonso las de la riquísima Toledo, y García las de Badajoz y Sevilla.

Al final de su vida Fernando I centró sus esfuerzos en conquistar Valencia, ya que haciéndose con esa plaza lograría partir en dos a al-Ándalus. Derrotó al ejército que defendía la ciudad, pero cuando se disponía a entrar se sintió mortalmente enfermo y decidió regresar a León para morir en compañía de los suyos. Corría el año 1065, pero a pesar de la división del reino mientras vivió la reina doña Sancha  las relaciones entre los tres hermanos fueron pacíficas. Alfonso se coronó en su capital sin ningún tipo de problemas a principios de 1066, convirtiéndose así en el sexto rey de León con ese nombre. Sancho, por su parte, fue el primer rey de Castilla y trató de ampliar su reino por el Este, enfrentándose a sus primos, los reyes de Pamplona y Aragón, aunque no consiguió recuperar los antiguos límites del condado castellano. García mientras tanto tuvo que hacer frente a levantamientos de nobles en Galicia y en Portugal, lo que le mantuvo bastante ocupado y a la vez lo debilitó considerablemente.

División del reino de León a la muerte de Fernando I (1065)
Pero todo cambió entre los hermanos cuando su madre Sancha murió en 1067: envidiando sobre todo a Alfonso, el ambicioso Sancho comenzó a maniobrar para apoderarse de los otros dos reinos. Movilizó a sus tropas y se enfrentó al rey de León en Llantada, pero el resultado de la batalla fue muy dudoso, por lo que las cosas quedaron como estaban. Sin embargo, engañando a García logró apoderarse de Galicia, desterrando después a su hermano al reino taifa de Sevilla.

Entre las filas castellanas empezó a destacar un guerrero llamado Rodrigo Díaz, que con el tiempo sería conocido como “el Cid”. Sancho le dio cada vez más protagonismo, y lo convirtió en su hombre de confianza.

En 1072 Sancho y Alfonso decidieron jugarse el todo por el todo en una batalla en el campo de Golpejera, cerca de Carrión de los Condes. Venció el ejército leonés, pero Alfonso VI ordenó a sus tropas que no persiguieran a los derrotados castellanos para evitar un mayor derramamiento de sangre. Mientras huían el Cid  aconsejó a Sancho que no aceptara su derrota, y que volviera al campo de batalla y atacara al ejército leonés al amanecer, cuando todos estuvieran dormidos en sus tiendas. Así lo hizo el rey castellano, reuniendo como pudo los restos de sus tropas, y venciendo de una forma poco honrosa. Alfonso quedó prisionero de su hermano, quien se coronó como Sancho II en León en torno al 12 de enero de 1072. Había logrado reunificar los territorios gobernados por su padre y sus antepasados, pero su entronización no fue bien recibida y hubo descontento entre la nobleza leonesa. Mientras tanto, tras pasar un corto periodo en una cárcel de Burgos, Alfonso fue finalmente desterrado al reino taifa de Toledo, regido por su tributario y amigo al-Mamún.

Bellido Dolfos, por Alejandro Fernández Giraldo.
Sancho II supo que su reinado no iba a ser fácil desde el principio, ya que en octubre de ese mismo año 1072 un grupo de nobles leoneses se levantó en su contra en la ciudad de Zamora. El rey sitió la ciudad y la cercó, ya que la fortaleza de sus murallas y de sus defensas naturales hacían impensable un ataque frontal. Un día, uno de los caballeros que estaba dentro de Zamora, llamado Bellido Dolfos, vio a Sancho paseando por su campamento. Rápidamente ideó un plan: pidió el caballo más rápido de la ciudad y se puso de acuerdo con un grupo de zamoranos para que le abrieran las  puertas de la muralla. Hecho esto, salió a toda velocidad equipado tan sólo con una lanza, penetró en el campamento enemigo, y atravesó a Sancho de parte a parte. Sorprendidos ante esta audaz incursión, los castellanos tardaron unos instantes en reaccionar. Bellido aprovechó ese tiempo y regresó a Zamora a galope tendido, donde fue recibido por los suyos. Esta es la versión que nos transmite la Crónica Silense, que es la más cercana temporalmente a los hechos. Sin embargo, es mucho más famosa la versión transmitida por la castellana Crónica Najerense (escrita más de un siglo después de los acontecimientos), según la cual Bellido se hizo pasar por un desertor de Zamora que, tras conseguir hacerse amigo de Sancho, lo asesinó a traición y por la espalda. Esta versión fue recogida y ampliada por los cantares de gesta castellanos del siglo XIII, que están plagados de errores históricos. En cualquier caso, la muerte de su rey supuso un cambio drástico para el reino: nadie dudó ni por un momento que el sucesor había de ser Alfonso, quien regresó de Toledo y volvió a gobernar sobre el mismo territorio de sus padres Fernando I y doña Sancha. Tras seis años como reinos independientes, Castilla y Galicia volvieron a la órbita leonesa. García regresó desde Sevilla, tal vez con la idea de recuperar su reino, pero Alfonso lo hizo prisionero y lo encarceló en el castillo de Luna, que era la fortaleza donde se custodiaba el tesoro real.

Como muestra de fuerza, en 1076 Alfonso invadió zonas pertenecientes al reino de Pamplona, anexionando al reino leonés los territorios de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y La Bureba. Aprovechando su superioridad militar Alfonso VI sometió al sistema del pago de parias a la mayoría de los estados de Taifas peninsulares casi sin arriesgar sus tropas, demostrando así que León era la principal potencia de toda la Hispania del momento. Con el tiempo llegó a hacerse con ciudades tan importantes como Lisboa, Sintra y Santarem. Los demás reyes y condes cristianos de la Península se convirtieron en sus vasallos, pidiéndole que actuara como árbitro en sus disputas y aceptando sus decisiones.

Uno de los caballeros más destacados de la corte leonesa fue Rodrigo Díaz, el Cid. A pesar de ser un guerrero inigualable cometió varios errores y torpezas e incumplió sus obligaciones, lo que ofendió a Alfonso de tal forma que acabó expulsándolo del reino en 1081. El Cid acabó sirviendo a los musulmanes al entrar al servicio de los reyes taifas de Zaragoza, y no regresó a su reino natal en mucho tiempo.

En el año 1085 Alfonso VI consiguió el mayor de los logros de la Reconquista: tomar Toledo, que siglos antes había sido la  capital de la Península unificada por los visigodos. Esta conquista tenía un gran valor simbólico, y el rey leonés  así lo entendió: en sus documentos generalizó el uso del título de Emperador de todas las Hispanias (“Imperator totius Hispaniae”), como forma de demostrar su superioridad sobre los demás reyes peninsulares. Además, extendió la frontera sur hasta el río Tajo, lo que produjo la impresión de que el fin de la Reconquista estaba cercano. Al caer Toledo el desánimo cundió entre los musulmanes, tal y como nos cuenta Abd Allah, el rey de Granada de por aquel entonces:

“La noticia de lo sucedido en esta ciudad tuvo en todo al-Andalus una enorme repercusión, llenó de espanto a los andaluces y les quitó la menor esperanza de poder seguir habitando en la Península”.

Tras esta conquista nada parecía poder frenar la expansión del reino de León. Pero esta impresión duró poco: en el año 1086 apareció un nuevo poder en la Península Ibérica con la llegada de los almorávides al mando del emir Yusuf Ibn Tasufin. Los almorávides eran una especie de integristas  monjes-soldado musulmanes que habían creado un enorme imperio en el noroeste de África. Alarmados por la toma de Toledo, acudieron para llevar la Yihad o “Guerra Santa” contra el reino de León, y junto a tropas de las taifas derrotaron a Alfonso VI en Sagrajas, cerca de Badajoz. En esa batalla el propio rey cristiano fue gravemente herido en un muslo, si bien pudo huir con la mayor parte de sus tropas.

Una vez pasada la euforia de la victoria, los almorávides comprobaron que el primer enemigo que debían vencer era la división y corrupción moral de los reinos de taifas, ya que sus reyes apenas cumplían los preceptos del Islam, y al estar tan divididos eran un objetivo más fácil para las naciones cristianas. Debido a ello los recién llegados fueron invadiendo todas las taifas (Málaga, Córdoba, Sevilla, Badajoz...) destronando a sus señores. Por primera vez desde los tiempos de Almanzor, al-Ándalus volvió a estar reunificado. Aprovechando este empuje lograron retomar varias de las plazas conquistadas por Alfonso VI, como Lisboa, aunque su objetivo principal siempre fue Toledo. Cercaron y trataron de tomar la ciudad en varias ocasiones, pero no lo consiguieron a pesar de sus esfuerzos.

El reino de León ante las invasiones almorávides.
El Cid regresó al lado de Alfonso en cuanto tuvo noticia de la invasión almorávide, y se unió a sus tropas para tratar de repeler ese peligro. Sin embargo, no tardó en desobedecer al rey de nuevo, por lo que fue desterrado. Una vez más Rodrigo pasó al servicio de señores musulmanes, luchando como mercenario. Con el tiempo actuó por su cuenta, y en ocasiones contra el reino de León, como cuando en 1092, sin motivo aparente, entró a sangre y fuego en La Rioja. Logró tomar la ciudad de Valencia y toda su taifa en el año 1094, convirtiéndose así en una especie de poder independiente en la Hispania de la época, como si fuera un señor de la guerra. Esto duró poco tiempo, porque volvió a reconciliarse con el rey leonés, quien le envió refuerzos. Rodrigo falleció en 1099, quedando a cargo de la ciudad Jimena, su viuda, pero ella y sus hombres sólo pudieron resistir dos años frente a los almorávides a pesar de los auxilios que les envió el rey. El propio Alfonso acudió a Valencia en la primavera de 1102, pero cuando comprobó la imposibilidad de mantener la plaza frente a los nuevos ejércitos almorávides que habían cruzado el Estrecho en 1101, organizó la retirada y prendió fuego a la ciudad.

A lo largo de todo su reinado, Alfonso VI promovió la circulación de gentes e ideas entre Hispania y el resto de Europa. Para ello impulsó firmemente el Camino de Santiago, construyendo y reparando puentes, hospitales y calzadas a su paso por el reino. Buscó la amistad de los monjes de Cluny, el monasterio francés y europeo más poderoso de la época, y colocó a muchos monjes y nobles franceses en los puestos más importantes del reino, e incluso casó a sus hijas Urraca y Teresa con dos de estos últimos. Fue conocido en toda Europa como rey de Hispania, y aunque trató de que el papado lo reconociera como emperador, no lo consiguió.

En su afán de “europeizar” a su reino, Alfonso VI cambió la liturgia por la que se celebraban las misas y demás celebraciones cristianas. Hasta ese momento, tanto en León como en el resto de reinos cristianos de la Península se seguía el llamado “rito hispánico”, mientras que en el resto de la cristiandad occidental se usaba el rito romano. El primer rey hispano en pasarse a este último fue  Sancho Ramírez de Aragón en 1071, y Alfonso, tras muchas dificultades y resistencias internas, lo impuso en León a partir del año 1080. Además, también impulsó un cambio en el tipo de escritura utilizada para los documentos: se abandonó la letra visigótica utilizada hasta entonces, y se empezó a utilizar la llamada “letra francesa” o carolina, más parecida a la que usamos hoy en día.

Con la invasión almorávide dejó de fluir hacia León el oro de las parias, por lo que Alfonso se vio obligado a acuñar su propia moneda, siendo el primer monarca leonés en hacerlo. 

Dinero de Alfonso VI con leyenda +ANFVS REX | +LEO CIVITAS
La influencia francesa también se dejó sentir en los matrimonios de Alfonso VI: de sus cinco esposas, al menos cuatro provenían del país vecino. Ninguna de ellas pudo darle un heredero varón, ya que sólo tuvieron hijas. Tuvo mejor suerte con la mora Zaida, una de sus amantes, con quien tuvo a Sancho, llamado a heredar el reino.

Tras la invasión almorávide, Alfonso mantuvo varias batallas durante el resto de su reinado, y las victorias se alternaron con las derrotas. El rey leonés siguió realizando incursiones en territorio enemigo, y en una de ellas llegó hasta las playas de Tarifa, en pleno Estrecho de Gibraltar. Allí, en un gesto cargado de simbolismo, se internó en el agua con su caballo y arengó a sus tropas, pues era el primer rey cristiano en llegar tan al sur desde el año 711. Además consiguió impedir en todas las ocasiones el principal objetivo de los almorávides, que consistía en reconquistar Toledo. Siguiendo la estrategia de su padre Fernando I trató de partir en dos al-Ándalus con la construcción en 1086 de un castillo en Aledo, en Murcia: desde allí los soldados leoneses organizaron partidas de saqueo que castigaron esa parte de la Hispania musulmana. Pero también sufrió derrotas muy importantes: tras resistir varios asedios, Aledo cayó en 1092, aunque la derrota más decisiva fue la de Uclés (1108), donde murió Sancho, el joven príncipe heredero. Triste y amargado, Alfonso VI murió al año siguiente y fue sepultado en su amado monasterio benedictino de Sahagún. Heredó la corona su hija Urraca, que había enviudado recientemente de su marido Raimundo de Borgoña, con quien había tenido un hijo al que llamaron Alfonso Raimúndez (el futuro Alfonso VII).

Alfonso VI ha tenido que sufrir “mala prensa” por sus desavenencias con el Cid. Si nos atenemos a las crónicas y documentos de la época, fue el caballero castellano el culpable de estos conflictos debido a su belicosidad y nula visión política, e incluso debido a su desmedida ambición. El enfoque comenzó a variar cuando Castilla logró constituirse como reino independiente ya de forma definitiva en la segunda mitad del siglo XII y principios del XIII: en ese momento los juglares castellanos comienzan a forjar los famosos cantares de gesta, en los que, casi siempre sin base histórica, se idealiza todo lo referente a Castilla: por ejemplo, los Jueces de Castilla (que ni siquiera existieron), Fernán González (que en el “mundo real” nunca logró la independencia de Castilla), y el propio Cid. Todos hemos visto en la escuela fragmentos del archiconocido “Cantar del Mío Cid”, ignorando que está lleno de anacronismos y falsedades de todo tipo: baste señalar, como simple ejemplo, que las hijas aparecen como Doña Elvira y Doña Sol, cuando sabemos que se llamaban María y Cristina. Alfonso X “el Sabio” (1252-1284), que era en parte descendiente del Cid, introdujo en sus famosas Crónicas todo este material antihistórico por razones “familiares”, y porque le venía muy bien para crear un héroe a la medida de la Castilla a la que pretendía endiosar. Estas Crónicas fueron las primeras redactadas en castellano, lo que favoreció que eruditos de toda la geografía española pudieran leerlas (y creer lo que contenían). Más recientemente, otro de los responsables de la mitificación del Cid y de la mala imagen de Alfonso VI fue el historiador y filólogo Ramón Menéndez Pidal (1869-1968): su obsesión por Rodrigo Díaz fue tan grande que tituló a una de sus obras más monumentales “La España del Cid”, como si éste personaje fuese la medida de todas las cosas en su época. Sus estudios elevaron casi hasta lo sagrado la categoría literaria de los cantares cidianos (y hay que reconocer que calidad literaria no les falta), y ésa es la razón de que aparezcan en todos los libros de texto de Lengua y Literatura de nuestra época.

Toda esta información la podéis ampliar si leéis mi libro "Alfonso VI de León y su reino". En principio está agotado, pero puede encontrarse en muchas bibliotecas de todo el país. 

SAN FROILÁN (Lugo 833 d.C.- León 905 d.C.)

05 octubre, 2009

Como hoy todavía es el día de San Froilán, y aprovechando la circunstancia de que este sábado di una conferencia sobre el tema, os quería dejar una biografía de uno de mis santos favoritos.

Tenemos la suerte de contar con una biografía de San Froilán casi contemporánea a este santo, escrita supuestamente por Juan Diácono en el año 920, aprovechando unos espacios en blanco entre el libro de Job y el libro de Tobías en la Biblia Mozárabe de la Catedral de León (izda.). La tituló "HORTODOXO UIRO FROLANE LEGIONENSE EPISCOPO", y está escrita en la letra visigótica tan propia de ese siglo.



Froilán nace en los suburbios de Lugo el 833 d.C. Educado en las ciencias sagradas, a los 18 años decide seguir su vocación religiosa, pero duda entre la vida eremítica o la actividad apostólica (dualidad que perdurará a lo largo de su vida) Al final opta por el eremitismo, pero pronto se hace evidente que Dios le ha otorgado el don de la palabra y, según nos dice Juan diácono, “anduvo de pueblo en pueblo, enseñando la vida de los santos”. No se sabe dónde empezó su labor, aunque la tradición señala El Bierzo, concretamente una gruta en Ruitelán, donde hay hoy una capilla en su honor. No es nada descabellado imaginarle allí, ya que la comarca estaba llena de monjes eremitas y monasterios. Pero tampoco allí puede vivir en soledad: la gente acude a escucharle, porque, en palabras del Diácono Juan, “de su boca emanaban las maravillas del Señor”. No sabemos cuánto tiempo estuvo en Ruitelán, pero parece que pronto marchó del Bierzo, recorriendo gran parte de la actual provincia leonesa: “recorría e ilustraba las ciudades o poblados predicando la palabra de Dios y teniendo siempre elevado su espíritu a Dios”. Si atendemos a la tradición, Froilán pasó por lugares tan variopintos y dispersos como La Virgen del Camino, León, Villanueva del Carnero, Eslonza, Sahagún, Valderas, algunos puntos de Cantabria, etc. Pero todavía a estas alturas seguía sin estar ordenado de sacerdote, ya que, al parecer, se consideraba indigno de alcanzar tal estado.

Durante sus andanzas, cerca del valle del Curueño se encuentra con Atilano de Tarazona (Aragón), un monje que decidió retirarse a la vida contemplativa, y que con el tiempo también será considerado santo. Traban amistad, y juntos se van al “Monte Cucurrino”, actualmente conocido como “Peña de San Froilán”: allí habitan en la Gruta de Valdorria. Se complementan muy bien, porque Froilán tiene el don de la palabra, y Atilano sí que está ordenado sacerdote. Atraen a multitudes procedentes de todo el reino asturleonés, y acaban fundando un monasterio en “Veseo”, un pueblo que actualmente ya no existe, pero que estaba en esa misma zona y que alojaba unas 300 almas.

Juan Diácono nos dice en ese momento que “su fama y su predicamento se extienden ahora por toda Hispania y, aunque tarde, llegan también al rey Alfonso (III), que gobernaba en Oviedo el reino de los godos, apresurándose a enviarle mensajeros para que se presentase cuanto antes a su presencia”. Una vez en la corte, el rey les encarga hacer fundaciones en el Duero, que es la nueva frontera del reino. Aunque no lo sabemos a ciencia cierta, hemos de suponer que todo esto se está produciendo en el año 885 aproximadamente.

Una vez trasladados a esa nueva zona, fundan el Monasterio de Tábara, que era dúplice, es decir, que alojaba a monjes y monjas, aunque hacían vida separada. Froilán fue el abad, y Atilano el prior. Después fundan otro monasterio en Moreruela de Tábara, con 600 almas de los dos sexos.

En el año 900 fallece el obispo Vicente de León, y tanto “por clamor del pueblo que duro varios días”, como por petición del rey, Froilán fue solicitado como nuevo obispo de la sede legionense. Juan Diácono nos dice que “constreñido y contra su voluntad, San Froilán se insolenta o replica contra el rey, alegando que tenía hijos, y que no pasaba de ser un falso monje”, lo que sin duda era una excusa para negarse a aceptar tal cargo por mera humildad. Al mismo tiempo, Atilano es destinado a ser obispo de la recientemente reconquistada ciudad de Zamora.

Finalmente, Froilán es ordenado sacerdote, y tanto él como Atilano son investidos obispos el 5 de junio del año 900, en Sta. María de Regla, en la ciudad de León. Atilano marcha inmediatamente a Zamora. Ambos son, según Juan Diácono, “como dos lámparas colocadas sobre los candeleros para iluminar con la claridad de la luz eterna las fronteras de España a través de la predicación de la Palabra de Dios”.

Froilán sólo fue obispo los 5 años que le restaron de vida. Murió el 5 de octubre del año 905, a los 73 años de edad. Su enfermedad tuvo que ser breve, porque el mismo año de su muerte sabemos que estuvo en Oviedo, confirmando un documento.

Aunque sabemos que los leoneses ya le honraban desde mucho antes, parece ser que fue el Papa Urbano II (1042-1099) quién lo elevó oficialmente a los altares. Su sepulcro fue el que tenía destinado el propio Alfonso III en la catedral leonesa, lo que nos indica que la ciudad del Bernesga ya actuaba como verdadera capital del reino. Su cuerpo fue trasladado de nuevo al Curueño durante los ataques de Almanzor, hasta que el monasterio de Granja de Moreruela se hizo con él. En 1181 las autoridades eclesiásticas ordenaron repartir las reliquias entre la diócesis de León y dicho monasterio.

Para finalizar, me gustaría citar una frase del propio San Froilán, que, cuando iba a morir, reunió a sus amigos, discípulos, monjes y clérigos, y les pidió, según su biografía, “que cada uno se mantuviera en su puesto fiel a su vocación”, que creo que es uno de los mejores consejos que se pueden dar en esta vida, y así os lo transmito.

LEÓN, CAPITAL DE ALFONSO VII (LEO CIVITAS, CAPVT SPANIE)

26 septiembre, 2009

Los que me seguís con cierta frecuencia recordaréis que ya hablé en una ocasión del vital papel que jugó la ciudad de León en el reinado de Alfonso VII, a pesar de que gran parte de la historiografía actual siga colgándole al Emperador el sambenito de "rey castellano", "rey de Castilla y León" y bobadas semejantes. Es indudable que Toledo también tuvo una gran importancia, pero quedó muy lejos de ser la capital política del Imperio: en todo caso, se podría hablar de la ciudad castellana como una especie de capital militar sureña, ya que de ella partieron muchas de las expediciones de Alfonso. Por su parte, y muy en su tradición de arrimar el ascua a su sardina, algunos nacionalistas gallegos alegan que la verdadera capital fue Santiago de Compostela.

Pues además de los argumentos que aporté en su día en este sentido (las bodas, coronaciones, y los principales actos oficiales de Alfonso VII tuvieron lugar en León), hoy quiero mostraros otro de carácter más gráfico. Se trata de una moneda que aparece referenciada en el artículo "Monedas medievales míticas: acuñaciones castellano-leonesas, siglos XII-XIII" (un título bastante desafortunado, por cierto), de León Hernández-Canut y Fernández-España, y Manuel Mozo Monroy, publicado en la "Gaceta numismática", Nº. 169, 2008 , págs. 61-71:

Se trata de una moneda acuñada en época de Alfonso VII de la que se conservan poquísimos ejemplares (ahora mismo no recuerdo si uno o dos), por lo que su valor es prácticamente incalculable. Pues bien, en el anverso puede leerse claramente: LEO CIVITAS, y en el reverso CAPVT SPANIE, es decir, "Ciudad de León, cabeza de Hispania". Más claro, el agua.

LOS REYES LEONESES EN LA LÍRICA TROVADORESCA (V): Reyes posteriores a 1230

08 agosto, 2009

Ya nos os doy más la turra: éste es el último post dedicado a este tema.

FERNANDO III, “EL VALIENTE REY DE LEÓN”

Fernando III, hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela de Castilla, acabó heredando en 1217 la corona de Castilla por toda una serie de vicisitudes y coincidencias. Por su ascendencia paterna fue considerado leonés, y de hecho aunque en su escudo de armas campeaba un castillo en el centro, éste se encontraba flanqueado por sendos leones rampantes. Esta dualidad aparece reflejada en la obra “Amors be·m platz”, del trovador aquitano Elías de Barjols:

Al valen rei de Leo
qu’es senher dels castellas
cui eu soi amicx sertas
tramet, si.ll platz, ma chanso;
e si er per lui grazida
meils n’er cantad’et auzida
qu’el es sobre.ls plus valens
lars e adreiz e plazens.

“Al valiente rey de León, que es señor de los castellanos y de quien soy amigo seguro, envío, si le place, mi canción, y si es bien acogida por él, será mejor cantada y escuchada, porque es generoso, diestro y amable entre los más valiosos”.

Como Elías de Barjols falleció en el año 1230, es de suponer que escribió esta canción cuando Fernando sólo era rey de Castilla. Porque, como todo el mundo sabe, Fernando III también fue coronado rey de León al morir su padre Alfonso IX en el año 1230, lo que no escapó a las sátiras del trovador mantuano Sordel (o Sordello), quien en su “Planher vuelh en Blacatz en aquest leugier so” le dedicó esta burla en el año 1236:

(...)e lo reys castelas tanh qu’en manje per dos,
quar dos regismes ten, e per l’un non es pros;
mas, s’elh en vol manjar, tanh qu’en manj’a rescos,
que, si·l mair’o sabia, batria·l ab bastos.

“Conviene que el rey castellano coma por dos, pues tiene dos reinos y no vale para uno; pero si quiere comer, conviene que lo coma a escondidas, pues si su madre lo supiera le pegaría con un bastón”. Obsérvese también cómo retrata a doña Berenguela como una mujer de poderosa personalidad que controla los movimientos de Fernando desde la sombra.

Por su parte, el trovador provenzal Peire Bremon Ricas Novas se ríe de Sordello en su Canción de Aiuda, ya que debió regresar arruinado de las cortes hispanas:

Del seignor de Leon dis aquel mal que poc
en Sordelis, tan i es greu quan quer e’om non diz d’oc.

“Del rey de León dijo todo el mal que pudo Sordel: así le resulta de molesto que no le digan que sí a todo lo que quiere”. Aquí hay que suponer que habla de Fernando III, y no de Alfonso IX, ya que según los investigadores franceses Peire Bremon desarrolló toda su actividad entre el año 1230 y 1242. De ser así, estos versos serían el reflejo de la sólida posición de León como capital regia en el imaginario colectivo aún después de perder protagonismo tras la unión de los dos reinos.


ALFONSO X: “EL VALIENTE REY DE QUIEN DEPENDE LEÓN”

Un trovador que inserta una referencia a Alfonso X (1252-1284) como rey de León es el genovés Bonifaci Calvo (izquierda), que ejerció su arte entre 1253 y 1266, y quien en un sirventés de 1254 introdujo los siguientes versos despreciando las escasas cualidades militares del Rey Sabio:

E comenzon a dire ia
Que mais quer lo reis de Leon
Cassar d’austor o de falcon
C’ausberc ni sobrenseing vestir.

“Y comienzan ya a decir que el rey de León prefiere cazar con el azor y el halcón antes que vestir la loriga y la sobrevesta”. La loriga es una especie de armadura, y la sobrevesta es el tejido que se pone encima de ella, con las armas personales del caballero bordadas en ella.

Años más tarde, el trovador marsellés Paulet de Marsella todavía apela a la ciudad o al reino de León cuando habla de Alfonso X el Sabio :

(...) e vuelh vezer l’onrat rey cabalos
de Polha, que met jos falsa clersia,
(...) c’autra vetz ay vist selh que bon’anc fos,
lo valen rey a cuy s’apen Leos.

“Quiero ver al honrado y excelente rey de Apulia, que somete al falso clero (…) que otra vez a aquel que fue bueno en otra ocasión, el valiente rey de quien depende León”. Este fragmento de “Senh’en Jorda, sie·us manda Livernos” forma parte de un tornejamen o torneo entre trovadores celebrado entre el año 1262 y 1266 en el que Paulet fue preguntado sobre si prefería la corte del rey de Apulia o la de Alfonso X. Como vemos, León mantuvo su importancia como ciudad y reino de referencia en Europa occidental al menos durante todo el siglo XIII. Algo lógico si nos detenemos a pensar que fue el reino que lideró la llamada Reconquista durante más de tres siglos.

LOS REYES LEONESES EN LA LÍRICA TROVADORESCA (IV): Alfonso IX, "El Buen Rey"

07 agosto, 2009

Aquí tenéis la cuarta y penúltima entrega de esta serie de artículos dedicados a las apariciones de los reyes leoneses en la poesía trovadoresca provenzal. Ahora toca hablar de Alfonso IX, quien tuvo la desgracia de reinar al mismo tiempo que su homónimo Alfonso VIII (ó I) de Castilla, lo que ha dado lugar a muchas confusiones a la hora de identificar a cada uno de los reyes en algunas crónicas y (cómo no) en las poesías de los trovadores.

Peire Vidal (1180?-1205, imagen de la izquierda), trovador provenzal de Toulouse, en su canción de Cruzada titulada “Baron, Jhesus, qu’en crotz fon mes” (1201-1202), lanza el siguiente consejo al rey leonés:
Reis de Leon, senes mentir,
deventz honrat pretz reculhir,
cum selh qui semen’en garag
temprat d’umor ab douz complag.
“Rey de León, de verdad os digo: debéis obtener honrado galardón, como quien siembra el barbecho humedecido con dulce llanto”

El mismo autor, al cantar las excelencias de un tal conde Arman en su obra “Neus ni gels ni plueja ni fanh”, acaba comparándolo con el rey de León:
Ardiment a d’aragones
E gai solatz de vianes.
E sembla me de domneyar
e.l rei de Leo de donar.

“Tiene la valentía del aragonés, y la alegría del habitante de Vienne, y se parece a mí en el galantear, y al rey de León en generosidad”.

Estas composiciones dejan entrever que Peire Vidal estaba familiarizado con la corte leonesa, por lo que no se puede descartar que la visitara en alguna ocasión. En cualquier caso, guardó buenos recuerdos de sus viajes por la Península, y se mostró muy agradecido a los reyes hispanos.
A ellos y sus naciones les dedica su canto “Mout es bona terr’Espanha” (Muy buena tierra es España), en el que entre otras cosas dice lo siguiente:

Per que·m platz qu’entr’els remanha
en l’emperial reyo,
quar ses tota contenso
mi rete gent e·m gazanha
reis emperaires N’Anfos,
per cui Jovens es joyos,
quez el mon non a valensa,
que sa valors no la vensa.

“Por lo que me place quedarme entre ellos, en la región imperial, pues sin ninguna discusión me retiene gentilmente y me gana el rey emperador don Alfonso, por quien Juventud está contenta, ya que en el mundo no hay valentía que no sea vencida por su valor”.

Curiosamente, este rey Alfonso ha sido identificado de una manera totalmente arbitraria como Alfonso VIII (quien en realidad debería ser conocido como Alfonso I de Castilla) por autores como Hoepffner, Riquer y Carlos Alvar. Sin embargo, si atendemos a las fechas en las que Peire Vidal ejerció como trovador (1180?-1205) y las comparamos con las de los reinados de Alfonso VIII (1158-1214) y Alfonso IX (1188-1230), sería más fácil aplicar el verso “por quien Juventud está contenta” al leonés que al castellano. Además, recordemos que en sus composiciones “Baron, Jhesus” y “Neus ni gels” cita explícitamente al rey leonés, y que Castilla, a diferencia de León, nunca ostentó el título de reino o región imperial.

Casi lo mismo podría decirse de una de las última poesías de Peire Vidal titulada “Quant hom es en autrui poder”:
Dona, per vos am Narbones
E Molinatz e Savartes,
Castella e.l bon rei N'Amfos,
De cui sui cavaliers per vos.

“Señora, por vos amo el Narbonés y Molina y Savartés, Castilla y al buen rey don Alfonso, de quien soy caballero gracias a vos”. Carlos Alvar y otros opinan que “Castilla” y “Alfonso” van unidos, por lo que se trataría de Alfonso VIII. Sin embargo, la enumeración de distintos territorios que se hace en los versos inmediatamente anteriores podría ir en contra de esta idea: ese Alfonso no tendría por qué hacer referencia necesariamente a Castilla, y a lo mejor en quien estaba pensando el trovador era en Alfonso IX de León. En cualquier caso, es probable que nunca lo sepamos con certeza. Y lo mismo ocurre en un par de versos de su obra titulada “Be m’agrada la covinens sazos”:

(…) dona, quar vos mi podetz far caitiu,
don’, e, si·us platz, plus ric que·l rei N’Amfos.

“Señora, vos podéis hacerme prisionero, señora, y si os place más rico que el rey Alfonso”
¿A qué rey Alfonso se refiere: al VIII o al IX? Como sabemos a ciencia cierta que Peire Vidal trabajó al servicio de Alfonso IX, y se sospecha que también del de Alfonso VIII, nos quedamos con la duda. Y la situación se repite en su composición “Dieus en sia grazitz

Per so·m sui gent garnitz contra·ls flacs acrupitz qu’ab mi n’es Aragos e Castell’e Leos, e·l valens reis N’Amfos te·ls castels establitz, on pretz es gen servitz et honratz e volgutz; per qu’ieu dels abatutz flacs avars, cor de ven, ai pauc de pessamen.

“Por eso me he protegido de los medrosos, pues conmigo están Aragón, Castilla, León y el valiente rey don Alfonso, que tiene los castillos establecidos, donde el mérito es gentilmente servido, honrado y querido; y por eso me preocupan poco los mezquinos avaros abatidos, corazón de viento”. Una vez más, ¿a qué rey Alfonso se refiere el trovador? Desde luego lo cita a continuación del reino de León, con lo que podría parecer Alfonso IX, aunque la referencia a los castillos podría hacer pensar en Alfonso VIII. Sin embargo, el leonés también fue famoso por la cantidad de fortalezas que construyó en la frontera con Castilla.

Guilhem (o Guillem) Magret (imagen de la derecha) fue un juglar y trovador de Vienne (Provenza) que desarrolló su arte entre 1195 y 1210 aproximadamente. Una de sus principales obras fue “Aigua pueia contramon”, escrita a finales del siglo XII, y en la que realiza un bello canto al reino de León y a su rey Alfonso:

En Espaigna a un pon per on hom passa soven, fag per tal encantamen que si.l parlatz, gen respon; cinc pilars i a, seignors, e ben a mil cavalhs cors, tan es belhs de plana via; en l’ausor pilar que.i sia esta lo valenz reis n’Anfos rics de cor e tan poderos que del tot complis son talan. Et a Leon trobiei fon on sorzon var vestimen et aurs mesclatz ab argen, et en estiu, can neus fon, i nais temprada freidors et entorn nadal calors, e si vilans en bevia, cortes et adretz seria, e.ill marrit e li consiros en tornon alegr’e ioios e.ill paubre manent qui la van.

“En España hay un puente por donde se pasa a menudo, hecho con tal encanto que, si le habláis, responde amablemente; hay en él cinco pilares, señores, con sitio para más de mil caballos, tan hermoso es y de llano camino; y en el más alto de los pilares está el rey don Alfonso, rico de ánimo y tan poderoso que en todo realiza sus deseos. Y en León encontré la fuente de donde manan variados vestidos y oro mezclado con plata, y en verano, cuando se funde la nieve, hace un fresco agradable, y hacia Navidad, calor, y si un villano bebiera [en aquella fuente], se volverá cortés y de buenos modales, y los tristes y apesadumbrados se vuelven allí alegres y gozosos, y los pobres que van allí, poderosos”.

Es evidente que el puente de cinco pilares representa a la Hispania cristiana de la época, compuesta por cinco reinos independientes (León, Portugal, Castilla, Navarra y Aragón). Para el trovador, el principal de esos pilares es el reino de León, representado por el rey Alfonso IX. Para insistir en este aspecto, Magret realiza una vívida y poética descripción de la capital del reino (o del reino mismo) tomando la imagen de una fuente, y la influencia benéfica que ejerce sobre los que la visitan. Si en realidad está hablando tan sólo de la ciudad de León, se podría decir que el trovador sigue la línea de Aymeric Picaud cuando escribió a mediados del siglo XII en su Codex Calixtinus que León “es ciudad sede de la corte real, llena de todo tipo de bienes”.

Sabemos que Elías Cairel (imagen de la izquierda), el famosísimo trovador nacido en Sarlat (Perigord) que ejerció su arte a comienzos del siglo XIII, visitó la corte de Alfonso IX entre los años 1210 y 1211. Ésta debió de causarle una magnífica impresión, que reflejó en la composición titulada “Abril ni mai non aten de far vers”:

Al rey prezan de Leon sui viratz, quar joys e chan e cortezia.l platz ni ane non fes contra valor traversa.

“Me he vuelto hacia el famoso rey de León, porque le agradan alegría, canto y cortesía, y nunca puso obstáculo al valor”.

Estos versos denotan un gran conocimiento del monarca y su entorno, y muestran una faceta caballeresca y cortesana poco conocida de Alfonso que le debió convertir en una poderosa fuerza atractora para los trovadores de Europa occidental. El mismo Cairel, en otra obra suya titulada “Si cum cel qe sos compaignos”, vuelve a retratar muy favorablemente al rey leonés:
Lo bon rei de Leon prezan
am ses engan,
qu’el a l’usatge de la fon
don no vei negun fadion.

“Amo sin engaño al famoso y buen rey de León, pues tiene la costumbre de la fuente, en la que no he visto a nadie engañado”.

En la obra “Vida” de Uc de Saint Circ, trovador de Quercy, se detallan algunos de sus viajes:

“(...) et estet lonc temps ab el en Peitieu et en las soas encontradas, pois en Cataloigna et en Arragon et en Espaingna, ab lo bon rei Amfos de Lion et ab lo rei Peire d'Arragon”

“Y estuvo mucho tiempo con él [con Sauvarico de Mauleon] en el Peitieu y en sus alrededores, después fue a Cataluña, Aragón y España, con el buen rey Alfonso de León, y con el rey Pedro de Aragón”.

Resulta significativo que Uc de Saint Circ refleje un buen recuerdo sobre el rey leonés, ya que nos indica que recibió un buen trato en la corte legionense, lo que apuntalaría también la posibilidad de que Alfonso IX gustara de un ambiente culto y refinado en la que los trovadores provenzales eran bien recibidos.

LOS REYES LEONESES EN LA LÍRICA TROVADORESCA (III): Fernando II, "Señor de los Gallegos"

06 agosto, 2009

Hoy toca la parte dedicada a Fernando II de León, quien heredó de su padre Alfonso VII los reinos de León, Galicia, Asturias y el territorio que comenzó a ser denominado Extremadura. Parece ser que el Emperador también le entregaba Portugal en su testamento, pero ya era demasiado tarde, porque ya estaba firmemente asentado como Estado independiente. Como veremos, hay muchas dudas a la hora de identificar a este rey en los cantos de los trovadores, ya que en ocasiones se le confunde con Fernando III (recordad que en esta época no se usaba numeración con los nombres reales). Una vez más, para oir la música pulsad el Play del reproductor de aquí abajo.


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Como es sabido, a la muerte de Alfonso VII el reino se divide entre sus dos hijos. León y Galicia le corresponden a Fernando II (1157-1188), que es el rey de quien conocemos menos referencias en la literatura trovadoresca. Giraut (o Guiraut) de Bornell (1138-1215 aprox.: imagen de la izquierda), que fue llamado “Señor de los Trovadores”, lo menciona de pasada al finalizar su poema “Ges de sobrevoler”:

Pero be volh que·l reis Ferans
Auia mo vers e·l reis n'Amfos!

“Pero deseo que el rey Fernando oiga mi verso y el rey don Alfonso”. Estos dos versos han dado lugar a una mala interpretación por parte de muchos filólogos y estudiosos, desconocedores de la documentación leonesa. Carlos Alvar, recogiendo la tesis de Kolsen y Panvini, encuentra problemas para identificar al rey Alfonso del que habla Giraut, y opta por pensar que se trata de Alfonso VIII de Castilla. Sin embargo, si atendemos a los diplomas de los últimos años del reinado de Fernando II veremos que en ellos figura tanto este rey como su hijo el príncipe Alfonso (futuro Alfonso IX), y que éste último también aparece con el título de rey. Es decir, este dato, que puede parecer intrascendente, nos sirve para fechar toda la composición con una mayor precisión, acotándola en los años 80 del siglo XII, en lugar del año 1170 ofrecido por la mayoría de los investigadores.

Otro autor que habla de Fernando II es el perigordiense Arnaut Daniel (derecha), que ejerció como trovador entre 1180 y 1210. En su canción “Doutz brais e critz” refleja un acontecimiento de la época del que no tenemos ninguna otra constancia documental:

Los deschauzitz
ab las lengas esmoutas
non dupt’ieu ies, si.l seignor dels Galecs
an fag faillir, per q’es dreitz si.l blasmam,
que son paren pres romieu, so sabem,
Raimon lo filh al comte, et aprendi
que greu fara.l reis Ferrans de pretz cobra
si mantenem no.l solv e no.l escampa.

“No temo absolutamente nada a los descorteses de lenguas afiladas, aunque han hecho quedar en evidencia al señor de los gallegos, y por eso es justo que hablemos mal de él, pues hizo prisionero a su pariente peregrino, Ramón, hijo del conde, como sabemos; y reconozco que difícilmente recuperará el rey Fernando su mérito, si inmediatamente no lo desata y lo liberta”.

Puede resultar extraña esa referencia a Fernando II como “seignor dels Galecs” (señor de los Gallegos), pero hay que recordar que era frecuente que los extranjeros denominaran con ese gentilicio a los habitantes del reino de León. Además, en ocasiones la intitulación de Fernando era “rey de León y Galicia”, y aunque la capital política del reino era la ciudad de León, Santiago de Compostela siempre funcionó como auténtica capital religiosa. No se sabe quién era "su pariente peregrino (romieu=romero) Ramón, hijo del conde". Se interpreta que "romieu" significa en este caso que estaba haciendo la peregrinación a Santiago, cosa que a mí personalmente me extraña, porque siempre he leído que "romero" es el que peregrina a Roma, y "peregrino" el que va a Santiago. Como digo, se piensa que Ramón era hijo de un conde, y pariente de Fernando II, que fue hecho prisionero por éste mientras peregrinaba a Santiago. Podría ser Ramón Berenguer III de Provenza, o Raimundo V de Tolosa, aunque no sabemos que ninguno de los dos peregrinara a Santiago. Se da la curiosa coincidencia de que ambos Ramones estuvieron casados con Doña Rica o Riquilda de Polonia, que había sido madrastra de Fernando II al ser la última esposa de su padre Alfonso VII.

Donde hay dudas en la identificación del rey es en la obra “S'ieu conogues que·m fos enans”, de Guilhelm Ademar (más abajo, a la izquierda):

Per lieys m'en perdra i·l rey Ferrans
e la cortz e·ls dos e·ls baros

“Por ella [su amada] me apartaría del rey Fernando y de la corte y de los dones y de los nobles”.
Los estudiosos dudan si ese rey Ferrans sería Fernando II (fallecido en 1188) o Fernando III (que comenzó a reinar en el año 1217). El problema es que por lo que sabemos Ademar produjo sus poesías justo en el periodo entre ambos reyes, por lo que no cuadraría con ninguno. Como no había ningún otro rey Fernando en la Hispania ni en la Galia del momento, eso hace nos hace plantear que algunas de sus obras probablemente están mal fechadas, si bien no podemos aportar más datos por el momento.

LOS REYES LEONESES EN LA LÍRICA TROVADORESCA (II): Alfonso VII, "El señor a quien pertenece Occidente"

05 agosto, 2009

Proseguimos con la serie de artículos dedicados a las apariciones de los reyes leoneses en las obras de los trovadores provenzales u occcitanos. En esta ocasión nos ocuparemos de Alfonso VII, el Emperador, que es el primero del que tenemos noticias en estas fuentes. Una vez más, si queréis escuchar "banda sonora", pulsad el botón "Play" del reproductor que aparece a continuación. Cada artículo tendrá su propia canción. Y sí, todas son de Krzesimir Debskila, de la BSO de la película "Ogniem i Mieczem".


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El primer rey del que tenemos constancia documental en las obras trovadorescas es Alfonso VII, el Emperador (1126-1157). El trovador Marcabrú (imagen de la izquierda), que desarrolló su actividad entre 1130 y 1149, y que comenzó como juglar con el nombre de Penperdut, dice de lo siguiente del rey leonés:

[…] lai vas Leon en sai un de bon aire franc de razon, cortes e larc donaire

Traducción: […] “sé, allá hacia León, de otro [Alfonso] de buen linaje, libre en su juicio, cortés, y generosamente liberal”.

Este mismo trovador volvió a dedicar un fragmento de su obra al por entonces joven emperador leonés, cuya fama iba en aumento por toda Europa:

Emperaire, per mi mezeis, sai, qan vostra proez’acreis, no·m sui jes tarzatz del venir, que jois vos pais e pretz vos creis e jovens vos ten baut e freis, qe·us fai vostra valor techir.

“Emperador, por mi propio impulso no he tardado en venir aquí, pues sé que vuestra dignidad se acrecienta, porque el gozo os nutre y el mérito os aumenta, y la juventud, que hace crecer vuestro valor, os mantiene alegre y lozano”

Pero que estos florilegios no nos lleven a engaño: Marcabrú no obtuvo los favores que esperaba, por lo que su actitud hacia el rey se tornó en desprecio (“malvado y camisa de un sayo”, llegó a llamarle en otra ocasión)

De esta misma época es el casi desconocido trovador gascón Alegret, del que tan sólo sabemos que fue coetáneo del mencionado Marcabrú. Debió de irle mejor que a este último en la Corte leonesa, ya que en uno de sus poemas introduce grandes elogios hacia Alfonso VII:

Aqill son dinz e defor sec, escas de fag e larc de ven, e pagan home de nien, qes aitals es lur costuma; ez enujos, volpilz e recrezentz, q’entre mil non vei ses qalqe dec, mas lo senhor de cui es Occidentz. Q’el non ha cors ges flac ni sec, con an pel mon poestatz cen, q’en lui s’apila e s’apen. Proessa, sivals ab pluma, per tal vola sos pretz entre ls valentz, sobre trastotz, et aug o dir a qec q’ell es le miéis dels reis plus conoissentz.

“Ésos están secos por dentro y fuera, [son] avaros en sus acciones y generosos en viento, y pagan con nada, que ésta es su costumbre, y son fastidiosos, cobardes y apocados; entre mil no veo uno solo sin algún defecto, excepto el señor a quien pertenece Occidente. Él no tiene el corazón flaco ni seco, como tienen cien soberanos que hay en el mundo, pues en él se apoya y se reúne la gallardía; por lo menos su mérito extiende las alas sobre todos los valientes, y a todos oigo decir que es el mejor de los famosos reyes”.

Hacia el año 1157, Peire d’Alvernhe (o Alvernha, imagen de la izquierda), trovador auverno seguidor de Marcabrú, realizó estos versos lamentándose de la muerte del Emperador leonés:

Per l’emperador me dol, c’a moutas gens fai fractura; tals en plora que n’a iais.

“Me duele por el emperador, que a tantas gentes hace falta; [pero] hay alguno de los que lloran [su muerte] que se alegran de ella”.

LOS REYES LEONESES EN LA LÍRICA TROVADORESCA (I): Los trovadores provenzales

04 agosto, 2009

Con este artículo introductorio pretendo dar comienzo a una corta serie de entradas dedicada a las apariciones de los monarcas leoneses en la lírica trovadoresca altomedieval. Pero antes de nada he de advertir que no me habría sido posible escribirlos sin la ayuda bibliográfica prestada por Nicolás Bartolomé, cuyo artículo "Los reis de L.lión na poesía medieval occitana" me sirvió de acicate. 

Aunque es un dato no muy conocido, en los siglos XII y XIII fue frecuente que la corte leonesa recibiera la visita de trovadores, procedentes en su mayoría de la mitad sur de Francia. Estos personajes solían viajar de corte en corte, y allí donde eran bien recibidos componían cantos dedicados a los monarcas que los agasajaban. Para ello, y dependiendo de su procedencia geográfica, usaban alguno de los numerosos dialectos de la lengua provenzal, hoy llamada occitano, y que todavía se habla en España en el Valle de Arán, donde es lengua oficial con el nombre de aranés (ver mapa de elaboración propia). No ha de extrañarnos el hecho de que una misma lengua reciba distintas denominaciones, ya que ocurre lo mismo, por ejemplo, con nuestro leonés, que es conocido como “asturiano” en Asturias, “mirandés” en Miranda de Douro, etc., y que está comenzando a ser reconocido globalmente como “asturleonés”. Por otra parte, ocurre lo mismo con el español, que muchas veces recibe el nombre de “castellano”, aunque en un sentido estricto ésta sería la lengua romance propia de Castilla.


Volviendo a los cantos trovadorescos, por desgracia tan sólo conservamos unos pocos ejemplos de este tipo de composiciones, pues al igual que ocurre con la documentación medieval, la mayor parte ha desaparecido con el transcurso del tiempo. Por si fuera poco, además existe el problema de que conocemos poco acerca de la vida de los trovadores medievales, y si bien muchas veces podemos identificar sus creaciones, en ocasiones ni siquiera podemos precisar su cronología.

Pero antes de continuar, conviene clarificar las diferencias que existían entre trovadores y juglares: mientras los primeros se dedicaban básicamente a componer obras poéticas para ser cantadas, los segundos se limitaban a cantarlas, sin crear obras nuevas. Los juglares actuaban como artistas ambulantes, y a veces eran auténticos saltimbanquis que realizaban todo tipo de acrobacias. En estos artículos me centraré en el papel jugado por los trovadores, que fueron los auténticos creadores literarios, aunque muchas veces empezaron sus carreras como simples juglares.

PUNTO DE LECTURA XIII: “El siglo XI en 1ª persona: las memorias de Abd Allah"”

05 mayo, 2009

En realidad el título completo del libro es “El siglo XI en 1ª persona: las memorias de Abd Allah, último rey zirí de Granada, destronado por los almorávides (1090), traducidas por E.Leví-Provençal y Emilio García Gómez”. Nos encontramos ante toda una rareza de excepcional valor histórico, ya que no era demasiado frecuente que un personaje del siglo XI se dedicara a escribir sus memorias. Si además este personaje fue el último rey de la dinastía zirí de Granada, y tuvo relación directa con Alfonso VI de León, este interés se multiplica.

Abd Allah nos cuenta en esta obra, entre otras cosas, los tiempos de esplendor de Almanzor, y nos explica sus tácticas políticas y militares, así como los supuestos comienzos de la dinastía azirí y la fundación de la ciudad de Granada. Pero los detalles comienzan a ser mucho mayores cuando el autor llega a narrar su propia época, reflejando las luchas intestinas que padecía Al Ándalus de los reinos de Taifas, siempre envuelto en guerras fratricidas y a la vez siempre bajo la sombra del poderío militar de Fernando I y su hijo Alfonso VI. Estos débiles reinos se veían obligados a pagar exorbitantes sumas de oro al rey leonés, quien jugaba con ellos como el jugador de ajedrez que sabe que tiene ganada la partida. Cuando Alfonso se hizo con Toledo (1085), el desánimo cundió entre los musulmanes, y Abd Allah no fue la excepción: no me resisto a incluir este párrafo del Capítulo VII, que resume de forma magistral todos estos aspectos:
(…) Era la época en que el rey cristiano [Alfonso VI], tras de tomar Toledo [año 1085], se lanzaba sobre toda la Península y, después de haber dicho que se daba por contento con que le pagáramos tributo, nos trataba con poca benignidad. Lo que quería era apoderarse de nuestras capitales; pero, lo mismo que había dominado Toledo por la progresiva debilidad de su soberano, así pretendía hacer con los demás territorios. Su línea de conducta no era, pues, sitiar ningún castillo ni perder tropas en ir contra una ciudad, a sabiendas de que era difícil tomarla y de que se le opondrían sus habitantes, contrarios a su religión; sino sacarle tributos año tras año y tratarla duramente por todos los procedimientos violentos, hasta que, una vez reducida a la impotencia, cayese en sus manos, como había ocurrido con Toledo.
La noticia de lo sucedido en esta ciudad tuvo en todo al-Andalus una enorme repercusión, llenó de espanto a los andaluces y les quitó la menor esperanza de poder seguir habitando en la Península.
El propio Abd Allah se vio obligado a pagar cuantiosísimas cifras al rey leonés, lo que, como veremos, le provocó serios quebraderos de cabeza. En cualquier caso, hasta ese momento parecía que sus únicas preocupaciones eran su rebelde hermano mayor (el príncipe de Málaga) y Alfonso VI, pero en el año 1086 apareció un nuevo poder en la Península Ibérica con la llegada de los almorávides al mando del emir Yusuf Ibn Tasufin. Estos monjes-soldado musulmanes en principio acudieron para llevar la “Guerra Santa” contra el reino de León, y junto a tropas de los taifas alcanzaron una sonora victoria frente a Alfonso VI en Sagrajas. El autor de las Memorias participó en esta batalla, aunque la denominó Batalla de Badajoz, y no le concedió tanta importancia como le dieron algunos sus correligionarios. De hecho, Abd Allah nos da sobrados testimonios de que Alfonso VI se rehizo enseguida de este supuesto descalabro. En efecto, poco después de la victoria de Sagrajas, Tasufin y Abd Allah sometieron a asedio al castillo de Aledo (Murcia), que estaba en manos leonesas, pero tras un tiempo “llegó la noticia de que Alfonso se dirigía a Aledo, anuncio que produjo en los sitiadores una penosa impresión”, por lo que finalmente “el Emir de los musulmanes pensó que lo mejor sería desistir del asedio y dar media vuelta, no sólo por la fatiga y el cansancio de los soldados, sino también por la gran multitud de cristianos que venían” (Cap. VII, ¶54). Tras esta retirada, el rey leonés volvió a sentirse lo suficientemente seguro de su posición para exigir y obtener los tributos pendientes de Zaragoza y “los demás príncipes de Levante”. Al mismo tiempo, le reclamó a Abd Allah el pago de las tres anualidades retrasadas por la batalla de Sagrajas (30.000 meticales), lo que el granadino tuvo que aceptar de mala gana. En cualquier caso, se puede leer entre líneas que Abd Allah desconfiaba de los emergentes almorávides, y que su trato con Alfonso VI en ocasiones debió rozar la alianza frente a los islamistas. Al menos así lo vio Tasufin, quien tras un corto regreso al norte de África volvió con un ejército a la Península y destituyó a Abd Allah como rey de Granada, acusándole de connivencia con el monarca leonés.

En los capítulos X y XI el autor de las Memorias narra cómo fueron cayendo en manos almorávides todos los corruptos reinos de Taifas (Málaga, Córdoba, Sevilla, Badajoz...), en lo que constituyó una auténtica segunda invasión musulmana de la Península, aunque hay que recordar que todavía hubo una tercera en el año 1115, llevada a cabo por los almohades. Ambas invasiones recibieron el calificativo de “Guerra Santa” por sus promotores, aunque no se dirigieron sólo contra los infieles cristianos, sino también contra los corruptos musulmanes locales. Y es que éstos últimos no solían respetar muchos de los preceptos del Islam: por ejemplo, Abd Allah no tiene ningún empacho en reconocer que era un gran aficionado al vino (algo que compartía con muchos otros andalusíes). Lo curioso del asunto es que con el tiempo los ortodoxos almorávides también acabaron sucumbiendo a las corruptelas y corrupciones peninsulares, por lo que fueron a su vez invadidos por los almohades.

Respecto al Cid, no aparece mencionado en ninguna parte de la obra, aunque en el Capítulo XI Abd Allah cita como de pasada “el asunto de Valencia”, que había sido tomada por el castellano, pero no lo relata pormenorizadamente “porque un acontecimiento no puede ser bien referido hasta que del todo no termina”.

Como podéis ver, estas Memorias son toda una mina para los medievalistas, y a pesar de que compré el libro tan sólo para buscar las partes que hicieran referencia a Alfonso VI, es tan ameno que al final lo he leído completo. Es un documento de gran valor para comprender el oscuro mundo de los reinos de Taifas, en el que los engaños, traiciones y asesinatos jugaron un papel protagonista. Y todo ello regado con lujo asiático, riquezas incalculables, y mucho vino. Como curiosidad final, señalar que a pesar de que Abd Allah quiso presumir de hombre culto y refinado al que no le importaban las riquezas, según varios testimonios contemporáneos si alcanzó la fama fue precisamente por su proverbial avaricia.

OPORTUNA INTERVENCIÓN DE UN HISTORIADOR LEONÉS EN LA COPE

12 febrero, 2009

Daniel Marcos avisó en una lista de correo de que ayer intervino en la cadena COPE un historiador leonés afincado en Oviedo, y que éste realizó una reivindicación del Reino de León en toda regla. Se trataba de José María Manuel García Osuna y Rodríguez, y su intervención tuvo lugar en el programa "La Estrella Polar", que está dirigido por José javier Esparza. En la página web se puede bajar el archivo del programa completo, pero para evitaros la molestia de andar buscando esa magnífica intervención, aquí os dejo el corte concreto: dura algo más de cinco minutos y ocupa unas 3 Mb. Que os preste tanto como a mi me ha prestado.