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JUAN I, EL ÚLTIMO REY DE LEÓN (1296-1300)

10 enero, 2013

Podría decirse que desde la muerte de Fernando III (1252) hasta los Reyes Católicos (finales del s. XV) la historia de la Corona de Castilla es una sucesión casi sin fin de guerras civiles. Este oscuro y  largo periodo comenzó en la fase final del reinado de Alfonso X “El Sabio” (1252-1284), debido a las rebeliones nobiliarias y a las ambiciones de sus hijos. 


Descendencia de Alfonso X el Sabio
En 1275 murió Fernando de la Cerda, el heredero, lo que creó un caos sucesorio debido a los cambios legislativos introducidos por Alfonso. Las dudas del rey entre los distintos candidatos llegaron a plantear una división de la Corona, lo que no hizo más que aumentar el desconcierto y el descontento. Sancho (futuro Sancho IV), su hijo segundogénito, apoyado por muchos familiares, casi toda la nobleza y las ciudades, se rebeló contra él. Alfonso X se vio obligado a huir al sur de la Península, y se sometió a la humillación de entregar su corona a los moros a cambio de su ayuda militar. Cuando empezaba a recuperarse militarmente frente a su hijo, le sorprendió la muerte en 1284, si bien en enero de ese mismo año dejó unas disposiciones testamentarias en las que desheredaba a Sancho y repartía sus territorios entre distintos herederos, aunque con la condición de que prestaran vasallaje a su nieto Alfonso de la Cerda (hijo de Fernando).

Escudo de Juan I de León
Este testamento no se respetó, y las cosas no mejoraron durante el reinado de Sancho IV (1284-1295). Entre otras cosas, este rey tuvo que hacer frente a las rebeliones de su hermano Juan, que es el verdadero protagonista de esta entrada. El infante Juan en principio había formado parte de las filas de Sancho durante la guerra civil contra su padre Alfonso, pero pasado un tiempo se arrepintió y obtuvo el perdón paterno, cambiando de bando y llegando a dirigir varios ejércitos de su padre. A partir de la muerte de Alfonso X se dedicó a complicar todo lo posible la vida de su hermano, conspirando desde Portugal y Marruecos. Se puso al servicio del rey de Fez y en 1294 atacó la ciudad de Tarifa, que estaba defendida por Alonso Pérez de Guzmán, que posteriormente sería conocido como “Guzmán el Bueno”: allí tuvo lugar el famoso episodio en el que las tropas moras y el infante don Juan exigieron la rendición de la plaza, o de lo contrario ejecutarían al hijo de Alonso, al que tenían prisionero. Éste se negó a ello, e incluso les arrojó una daga para que cumplieran su amenaza, cosa que hicieron, cortándole la cabeza y lanzándola dentro de Tarifa con una catapulta. De todas formas, los asaltantes no pudieron hacerse con la plaza, así que Juan se retiró al reino moro de Granada para seguir conspirando contra su hermano Sancho IV, quien falleció poco después, en la primavera de 1295, dejando como sucesor a su hijo Fernando IV, que sólo tenía diez años y que estaba bajo la tutela de su madre, la famosa María de Molina. 

María de Molina presenta a su hijo Fernando IV en las Cortes de Valladolid de 1295. 

Estos hechos provocaron que aumentara la inestabilidad de la Corona, con toda una serie de pretendientes al trono, porque además del propio don Juan también apareció en escena Alfonso de la Cerda, el mencionado hijo de Fernando de la Cerda, y nieto por tanto de Alfonso X. Tío y sobrino acordaron en 1296 repartirse la Corona, correspondiendo León (con Galicia, Asturias, León, Extremadura y Sevilla) a Juan, y Castilla a Alfonso. Todos estos movimientos resultaron muy atractivos para los reinos de Aragón y Portugal, que intentaron sacar tajada aliándose con los dos pretendientes en su lucha contra Fernando IV. El rey de Aragón envió un ejército comandado por Pedro, su hijo menor, que fue devastando todo lo que encontraban a su paso, y que se reunió con don Juan en la ciudad de León. Allí, según la Crónica de los Reyes de Castilla, el infante “llamóse rey de León é de Galicia é de Sevilla”, es decir, se proclamó rey de la Corona leonesa con el nombre de Juan I. Después los aliados se dirigieron a Sahagún, donde proclamaron rey de Castilla a Alfonso de la Cerda (“llamaron y á don Alfonso, fijo del infante don Fernando, rey de Castilla, é de Toledo, é de Córdoba, é de Murcia é de Jahen”). En esa villa planearon que su siguiente paso sería tomar Burgos, pero finalmente Juan convenció a los coaligados de la conveniencia de atacar Mayorga. Juntos cercaron la villa durante todo el verano, e incluso el rey de Portugal se dirigió hacia allí para ayudarles, pero durante ese tiempo sufrieron la peste. Una de las víctimas mortales fue el infante aragonés: sus tropas recogieron su cuerpo y regresaron a Aragón, por lo que Juan y Alfonso abandonaron el cerco y fueron a Salamanca al encuentro de Dionisio I, el rey de Portugal, para convencerlo de atacar Valladolid, donde se encontraban Fernando IV y su madre. El portugués accedió, pero la diplomacia de María de Molina y las deserciones de algunos nobles le hicieron desistir y regresó a su reino. 

Don Juan volvió a León, y la reina regente propuso a sus nobles que asediaran la ciudad, pero ellos se opusieron, así que tuvo que contentarse con cercar la villa de Paredes, donde estaba doña María, “mujer del infante don Juan, que se llamaba reina de León”. Dicen las crónicas que las huestes agresoras no ponían mucho empeño en tomar la villa, a pesar de que dispusieron de todo tipo de máquinas de guerra. Además, la regente también tuvo que sufrir deserciones como la del gallego Fernando Rodríguez de Castro, que se pasó a las filas de don Juan, por lo que finalmente levantaron el sitio y regresaron a Valladolid. A pesar de este revés, María de Molina demostró una vez más sus grandes dotes diplomáticas al lograr que el rey de Portugal aceptase el matrimonio de Fernando IV con su hija Constanza, con lo que los portugueses abandonaron el partido de Juan de León y comenzaron a apoyar militarmente a Fernando IV y a su madre. Con esta ayuda invadieron los territorios de Juan I, quien se vio recluido en la capital leonesa. 

Tanto Juan como su sobrino Alfonso comenzaron a aplicar la guerra económica, falsificando moneda en grandes cantidades para perjudicar al bando realista. Don Juan la acuñó en León y en Castrotorafe, y la Crónica de los Reyes de Castilla dice que sus monedas eran idénticas a las de Fernando IV, pero con un valor en metal muy inferior, y que con ellas “confondieron toda la buena moneda de este rey don Fernando, é por esta razón toda la tierra fue en grand turbamiento, lo uno porque la moneda non la conoscian los omes, lo otro porque pujaron las cosas á muy gran prescio”. Sin embargo, también acuñó moneda en su nombre, pues existen decenas de ejemplares con un león pasante en el reverso y la leyenda “+I(OHAN) REX LEGIONIS/+ET LEGIONIS”. Es decir, tenemos la constancia de que Juan se consideró rey de León con todas las de la ley, llegando al atrevimiento de acuñar moneda, que era un privilegio reservado a la realeza (aunque lo podía delegar en monasterios u obispados).

Moneda de Juan I de León

La reina María de Molina quiso seguir azuzando al rey portugués contra Juan I de León, pero Dionisio no se mostró de acuerdo y maniobró todo lo que pudo en secreto para que su antiguo aliado mantuviera el reino de León y Galicia. Al enterarse de ello, María se reunió con los representantes de los concejos de las diferentes villas y ciudades, y les expuso su oposición a aceptar esta división de la Corona. Logró convencerlos, y a la vista de ello Dionisio I renunció a sus planes y regresó a Portugal. El bando realista sufrió más amenazas de deserciones (sobre todo por parte de gallegos y asturianos), pero la reina supo apagar estos fuegos con promesas y la concesión de privilegios y villas a los nobles implicados. 

El infante Enrique, hijo de Fernando III, aunque era tutor de Fernando IV y, por tanto, uno de los puntales del partido realista, en ocasiones navegó entre dos aguas, y llegó a animar a Zamora, Salamanca, Benavente, Mayorga y Villalpando que se pasaran al bando de Juan I. 

En abril del año 1300 se convocaron cortes en la ciudad de Valladolid, a las que acudieron el mayordomo y al canciller de Juan I: tras unas cortas negociaciones, y cumpliendo el mandado de su señor, acordaron que don Juan renunciaría a la corona leonesa y que reconocería a su sobrino Fernando IV como su legítimo rey. Finalizaba así el intento más serio que hubo de volver a partir la Corona de Castilla, y con él el último (corto) periodo en el que León fue reino independiente (1296-1300). Aún así, las cortes del año siguiente se hicieron por separado (“por guardarse de pelea”), reuniéndose las ciudades castellanas en Burgos, y las leonesas en Zamora.

Don Juan también jugó un gran papel en la constitución de la Hermandad del Reino de León de 1313, pero esa es otra historia, y será contada en otra ocasión. Siguió siendo protagonista de los acontecimientos posteriores de la Corona de Castilla hasta su muerte frente a los moros en la Vega de Granada en 1319. Parece que fue sepultado en la Catedral de Burgos, si bien en 1310 había estipulado que debía ser enterrado en la Catedral de Astorga, e incluso concedió algunos privilegios a esta última para alojar su cadáver. Es un asunto que no está nada claro, y aunque su tumba está más o menos identificada en la capital castellana, hay historiadores que defienden que en realidad está enterrado en la ciudad asturicense. 

ALFONSO VI ¿DE CASTILLA Y LEÓN?

04 enero, 2013

Denominar a Alfonso VI como rey de Castilla y León, así tal cual, es incorrecto, y conlleva una carga política totalmente anacrónica al tratar de deslizar el nombre de una comunidad autónoma de finales del siglo XX para hablar de un monarca del siglo XI. 


Para desmontar esta absurda intitulación se puede echar mano de múltiples y variados argumentos históricos: por ejemplo, Alfonso VI fue el primer rey leonés en acuñar moneda desde la invasión musulmana del 711, y en los tipos y leyendas acuñadas por él sólo se menciona a León y/o Toledo, pero nunca a Castilla. Se puede comprobar consultando los dos volúmenes de
-CAYÓN, A., C. y J.,Las monedas españolas: del tremis al euro. 2005, 2 vol.

¿Con qué títulos se mencionaba a sí mismo Alfonso VI en sus documentos? No hay una respuesta simple y sencilla. Para responder a esta pregunta hay que consultar las diferentes colecciones documentales de los archivos hispanos con fondos medievales. Esta labor puede simplificarse enormemente gracias a la  monumental obra:
-GAMBRA, A., Alfonso VI. Cancillería, Curia e Imperio. León, 1997-1998, 2 vol. 

En concreto el segundo tomo contiene la Colección Diplomática completa de Alfonso VI, recopilada en todos los archivos hispanos y extranjeros con documentos de este monarca leonés. En total se transcriben en esta Colección 196 documentos, que analizaremos atendiendo a su tradición documental:

1.-Intitulaciones de Alfonso VI en documentos tipo A

Si nos atenemos a los ejemplares A (esto es, los que fueron expedidos directamente por la cancillería de Alfonso VI y los conservamos en original), el número se reduce a tan sólo 24 diplomas, y nos encontramos con las siguientes fórmulas intitulativas:

·Del año 1068 a 1071: “Adefonso regis”, “Adefonso gloriossisimi regis”, “ego Adefonsus rex”, “Adefonsus rex”, “Adefonsus, gratia Dei rex”. Obsérvese que no incorpora ninguna referencia territorial, y sólo se hace hincapié en el título de rey: esta era la costumbre habitual de todos los reyes anteriores. 

·12 de noviembre de 1072: “Adefonsus rex Legionensis”. Nótese que emite este documento al poco de reunificar los tres reinos (Galicia, León y Castilla) bajo la égida leonesa. 

·1075: “Ego Adefonsus rex (…) tenente sceptrum regni aput Legionem, Castellam et Galletiam”. 

·A partir de este último documento, y tras recibir el vasallaje de los demás reyes cristianos de Hispania, la intitulación que se generaliza en los documentos regios es la de “ego Adefonsus, imperator totius Ispania” o similares, salvo las excepciones que veremos a continuación:

·En un documento que Gambra fecha en el año 1080, la intitulación es “Adefonsus, gratia Dei Hispaniarum imperator”, pero en la data Alfonso VI suscribe como “Adefonsus Legionensis urbis totiusque Hispanie imperator”. 

·En un documento fechado el 7 de septiembre de 1090 Alfonso VI confirma como “regnante Adefonsus rex in Toleto et in Legione”. 

·En un documento de 3 de noviembre de 1091, del que existen sospechas de ser falso, la data dice “Regnante et imperante ego me medipso in Toleto et in Legione et in Kastella, in Asturias adque Gallecia Ego Adefonsus imperator”.

·A partir del año 1100 lo más frecuente es encontrarse la intitulación ya mencionada de “ego Adefonsus, Dei gratia totius Ispanie imperator”, y la confirmación “Ego Adefonsus, Toletanii imperii rex”, aunque en un documento de febrero de 1102 todavía hallamos “regnante Adefonso rege in Toleto et in Legione”. 

2.-Intitulaciones de Alfonso VI en documentos de tipo B

Veamos si la situación se repite en los 128 ejemplares B (copias de los originales que se hacían en las catedrales u otras instituciones receptoras de los privilegios regios), ignorando los que el propio Gambra reconoce como falsos o sospechosos:

·Del año 1067 al 1071: en cuatro documentos aparece como “ego Aldefonsus rex” y en uno de 1071 se intitula “principis”.

·1072 - mediados de 1073: El único que se conserva de 1072 sin posibilidad de ser una falsificación dice “Ego Aldefonsus rex Legionensis”, una vez más poco después de reunificar el reino paterno. En marzo de 1073 “ego enim Adefonsus, Legionensis rex”, y en mayo, en un privilegio concedido a Cluny y conservado en la Bibliteca Nacional de París, dice “Ego Aldefonsus, rex Ispaniarum atque Leonensis”, en lo que constituye el más antiguo precedente del uso del título imperial, aunque en la data los monjes consignan “regnante Aldefonso rege in Castella et in Legione”. En la confirmación de un documento de julio de 1073 firma como “ego rex Adefonsus Legionensis”. En algunos de estos documentos se cita esporádicamente en el cuerpo textual como “ego rex Adefonsus”.

·Mediados de 1073 – 1079: En los años 1073 y 1077 suele figurar como “Ego Aldefonsus serenissimus rex” o “serenissimus princeps”, alternando con el ya visto “ego Aldefonsus rex”, que es el más abundante. En un documento de la catedral de Burgos se intitula “ego Aldefonsus rex”, pero en la confirmación se explaya más: “tenente sceptrum regni aput Legionem et Galletiam et Asturiensem prouinciam ego Aldefonsus rex”. Nótese la ausencia de Castilla a pesar de ser un documento dirigido a la catedral burgalesa. En otro privilegio de la misma procedencia se intitula como “ego Aldefonsus (…) rex Hyspaniae” y repite la confirmación anterior (“tenente sceptrum...”). En agosto de 1076, en una donación concedida a Cluny: “Ego Aldefonsus, gratia Dei Legionensis” y en la confirmación “Regnum imperii Adefonsi rex in Legione et in Castella”. 

Mención aparte en este mismo periodo merecen los fueros concedidos por Alfonso VI, como el Fuero de Sepúlveda (noviembre de 1076), del que se conservan dos ejemplares diferentes: en uno se añadió de forma extraña en el margen “regnante rege Adefonso in Castella siue Legione et in omni Hispania”, pero es bastante posible que sea una anotación posterior, porque esa datación no aparece en el otro ejemplar conservado (que simplemente pone “Ego Aldefonsus rex”). En el Fuero Extenso de Nájera (1076) también aparece una intitulación peculiar: “Ego Aldefonsus dei gratia rex tocius Gallecie et Legionis et Castelle usque in Calagurram dominans et in Yspania principatum t[enens]”, que además se repite en la data. 

En 1077, en la duplicación del censo otorgado a Cluny, Alfonso dice de sí mismo “Ego Adefonsus, gratia Dei rex Leonum”, y en la data “regnante Andefonso in Legione et in Kastella et in Pampillone”, mientras que en la confirmación se contenta con un más sencillo “Ego Aldefonsus rex”. 

Como hemos dicho, la intitulación que más se repite en este periodo es “Ego Alfonsus rex” (o “princeps”, aunque a partir de 1077 no es raro encontrarse “ego Alfonsus (tocius) Yspanie rex” o similares. En la data del documento tampoco es raro que aparezca “Alfonsus rex in Legione, in Castella et in Naiera”.

·A partir de 1079 - 1109: salvo alguna esporádica reaparición de intitulaciones anteriores, Alfonso comienza a usar el título de Emperador de Hispania (o de las Hispanias). Esta tendencia empieza en un documento remitido a Cluny el 3 de septiembre de 1079 (“ego Aldefonsus, diuina gratia imperator totius Spanie”, “Adefonsus imperator conf.”, “Ego Adefonsus imperator”). Esta tendencia se convierte en general a partir de 1085, con la conquista de Toledo, que fue su máximo logro como rey. A veces especifica “Ego enim Adefonsus, gratia Dei imperator constitutus super omnes Hyspanie nationes”. En las datas de los documentos a veces se especifica “regnante et imperante serenissimo principe Adefonso in Toleto et in Legione”, coincidiendo la cita a estas dos ciudades y sus territorios con las leyendas de las monedas acuñadas por este rey. En ocasiones la lista de territorios se alarga, como en un documento de la Catedral de Burgos datado en 1088: “in Toleto, Legione, Galletia, Castella et Nagara”, pero nunca “Castella et Legione” ni nada parecido. En un documento conservado en el AHN de 28 de enero de 1090, se intitula “Adefonsus rex Legionis et tocius [His]panie imperator”. A pesar de la práctica generalización del título de “imperator”, a veces usa “Hispaniarum rex” (o “princeps”). 

A partir de 1096 la intitulación sigue siendo la referente al imperio hispánico, pero en la confirmación empieza a aparecer “Ego enim Adefonsus, Toletani imperii magnificus triumphator”, posiblemente con motivo de las victorias frente a los almorávides en sus intentos de retomar Toledo.  Curiosamente a partir de 1099 la estructura se vuelve de al revés: en la intitulación Alfonso se declara “Toletani imperii rex”, y en la confirmación es donde dice “Ego Aldefonsus, Dei gratia totius Hyspanie imperator”, aunque el orden “normal” se recupera a partir de 1101. En 1102 tenemos un documento en el que se intitula “Ego Adefonsus, regnans in Toleto et in Legione”. También en el AHN hay un documento fechable entre el año 1100 y el 1107 en el que la intitulación inicial es “Ego Aldefonsus rex Yspaniarum”, pero en la data se varía el orden de los territorios: “Regnante rege Aldefonso in Toleto, in Castella, in Legione, et in Gallecia”. Es el único caso de un documento teóricamente fiable en el que Castilla se antepone a León. En dos documentos copiados en época de Fernando III y Alfonso X (o posterior) alguna vez se menciona a Alfonso VI como “rex in Castella”, o “rex tocius Castelle”, pero el propio Gambra los reconoce como documentos interpolados. 

Por resumir en cifras, y ciñéndonos a las referencias a León y a Castilla en las intitulaciones regias de Alfonso VI:

-En los 24 documentos tipo A (presuntamente originales): 6 referencias a León frente a 2 a Castilla. En ninguna de ellas se antepone Castilla a León. 

-En los 128 documentos tipo B analizados: 24 referencias a León frente a 14 a Castilla (de las que 3 son sospechosas). Hay que tener en cuenta de que en todas las que aparece Castilla también se nombra a León, pero no a la inversa (hay varias referencias a León sin nombrar a Castilla) Sólo hay dos documentos en los que se anteponga Castilla a León, pero hay que matizar este hecho: 
·Uno es de 1073, de Cluny, y en él en la intitulación Alfonso VI se autoproclama “rex Ispaniarum atque Leonensis”, mientras que es en la data (redactada por los monjes franceses) donde figura: “regnante Adefonso rege in Castella et in Legione”.
·Otro es de entre 1100 y 1107, y mientras Alfonso se intitula “Ego Aldefonsus rex Yspaniarum”, es en la data donde el escribano dice de él: “Regnante rege Aldefonso in Toleto, in Castella, in Legione, et in Gallecia”.

ALFONSO VI DE LEÓN

28 diciembre, 2012

Fernando I y Sancha I en su diurnal. El personaje del centro
puede ser Pedro, el escribano, o Fructuoso, el iluminador
No conocemos con exactitud la fecha de nacimiento de Alfonso, aunque tradicionalmente se sitúa entre 1040 y 1047. En todo caso todo apunta a que fue el segundo hijo varón fruto del matrimonio entre Sancha, infanta de León, y Fernando, el conde de Castilla hijo de Sancho Garcés III de Pamplona. Sus padres se vieron alzados al trono leonés con la muerte del rey Vermudo III en 1037, y llevaron al reino a una de sus cimas. Es cierto que la situación era muy favorable, pues al-Ándalus se había fragmentado en todo un mosaico de pequeños estados independientes llamados “taifas”. Los reyes de las taifas comenzaron a pagar a los reyes leoneses importantes tributos en oro llamados “parias” sencillamente para poder seguir existiendo, pues la supremacía militar y política de León era incontestable. Además, las taifas guerreaban entre sí con frecuencia, y en ocasiones uno de los bandos acudía ante Fernando I para pedirle ayuda militar a cambio de dinero. Todo ello produjo que el reino leonés se enriqueciera a costa de los pequeños estados musulmanes y que, curiosamente, con el dinero que le pagaban pudiera equipar mejores y más grandes ejércitos con los que aumentar todavía más su poderío. Fernando I aprovechó su superioridad militar y tomó varias ciudades del norte de Portugal.

Expansión del reino de León durante el reinado de Fernando I (1037-1065).
Sancha y Fernando entablaron relaciones de amistad y alianza con la abadía francesa de Cluny, y llegaron a hacerse socios de ella. Este monasterio era el más prestigioso e influyente de toda Europa, ya que de él había partido la reforma para que la orden de los benedictinos recuperara su pureza. Los monarcas de los principales reinos europeos se asociaron con Cluny, pero los reyes leoneses lo hicieron con mayor entusiasmo que los demás: se comprometieron a pagar a la abadía 1000 dinares de oro al año, lo que constituía una auténtica fortuna (más de 4 kgs. del preciado metal amarillo). La abadía fue tan importante que su arte y su estilo constructivo fue imitado en toda Europa occidental: casi todos los monasterios e iglesias de la época fueron construidos siguiendo su estilo, incluyendo a San Isidoro y su Panteón, que fueron erigidos por Fernando y Sancha para albergar los restos del santo sevillano y de los reyes leoneses, respectivamente. 

La real pareja tuvo dos hijas, Elvira y Urraca, pero también tres hijos varones: Sancho, Alfonso y García, lo que complicaba la sucesión. Antes de morir, Fernando decidió dividir el reino de León entre estos tres últimos: a Sancho, que aunque era el mayor era el que tenía un carácter más brutal, le dio Castilla; a Alfonso, que según todas las crónicas era el hijo favorito, le otorgó la parte más grande, León, con la capital; y a García, que tenía fama de no ser muy inteligente, Galicia.  Con esta división cada uno de los hijos también recibía las parias o tributos de una o varias taifas: así, Sancho percibiría las de la taifa de Zaragoza, Alfonso las de la riquísima Toledo, y García las de Badajoz y Sevilla.

Al final de su vida Fernando I centró sus esfuerzos en conquistar Valencia, ya que haciéndose con esa plaza lograría partir en dos a al-Ándalus. Derrotó al ejército que defendía la ciudad, pero cuando se disponía a entrar se sintió mortalmente enfermo y decidió regresar a León para morir en compañía de los suyos. Corría el año 1065, pero a pesar de la división del reino mientras vivió la reina doña Sancha  las relaciones entre los tres hermanos fueron pacíficas. Alfonso se coronó en su capital sin ningún tipo de problemas a principios de 1066, convirtiéndose así en el sexto rey de León con ese nombre. Sancho, por su parte, fue el primer rey de Castilla y trató de ampliar su reino por el Este, enfrentándose a sus primos, los reyes de Pamplona y Aragón, aunque no consiguió recuperar los antiguos límites del condado castellano. García mientras tanto tuvo que hacer frente a levantamientos de nobles en Galicia y en Portugal, lo que le mantuvo bastante ocupado y a la vez lo debilitó considerablemente.

División del reino de León a la muerte de Fernando I (1065)
Pero todo cambió entre los hermanos cuando su madre Sancha murió en 1067: envidiando sobre todo a Alfonso, el ambicioso Sancho comenzó a maniobrar para apoderarse de los otros dos reinos. Movilizó a sus tropas y se enfrentó al rey de León en Llantada, pero el resultado de la batalla fue muy dudoso, por lo que las cosas quedaron como estaban. Sin embargo, engañando a García logró apoderarse de Galicia, desterrando después a su hermano al reino taifa de Sevilla.

Entre las filas castellanas empezó a destacar un guerrero llamado Rodrigo Díaz, que con el tiempo sería conocido como “el Cid”. Sancho le dio cada vez más protagonismo, y lo convirtió en su hombre de confianza.

En 1072 Sancho y Alfonso decidieron jugarse el todo por el todo en una batalla en el campo de Golpejera, cerca de Carrión de los Condes. Venció el ejército leonés, pero Alfonso VI ordenó a sus tropas que no persiguieran a los derrotados castellanos para evitar un mayor derramamiento de sangre. Mientras huían el Cid  aconsejó a Sancho que no aceptara su derrota, y que volviera al campo de batalla y atacara al ejército leonés al amanecer, cuando todos estuvieran dormidos en sus tiendas. Así lo hizo el rey castellano, reuniendo como pudo los restos de sus tropas, y venciendo de una forma poco honrosa. Alfonso quedó prisionero de su hermano, quien se coronó como Sancho II en León en torno al 12 de enero de 1072. Había logrado reunificar los territorios gobernados por su padre y sus antepasados, pero su entronización no fue bien recibida y hubo descontento entre la nobleza leonesa. Mientras tanto, tras pasar un corto periodo en una cárcel de Burgos, Alfonso fue finalmente desterrado al reino taifa de Toledo, regido por su tributario y amigo al-Mamún.

Bellido Dolfos, por Alejandro Fernández Giraldo.
Sancho II supo que su reinado no iba a ser fácil desde el principio, ya que en octubre de ese mismo año 1072 un grupo de nobles leoneses se levantó en su contra en la ciudad de Zamora. El rey sitió la ciudad y la cercó, ya que la fortaleza de sus murallas y de sus defensas naturales hacían impensable un ataque frontal. Un día, uno de los caballeros que estaba dentro de Zamora, llamado Bellido Dolfos, vio a Sancho paseando por su campamento. Rápidamente ideó un plan: pidió el caballo más rápido de la ciudad y se puso de acuerdo con un grupo de zamoranos para que le abrieran las  puertas de la muralla. Hecho esto, salió a toda velocidad equipado tan sólo con una lanza, penetró en el campamento enemigo, y atravesó a Sancho de parte a parte. Sorprendidos ante esta audaz incursión, los castellanos tardaron unos instantes en reaccionar. Bellido aprovechó ese tiempo y regresó a Zamora a galope tendido, donde fue recibido por los suyos. Esta es la versión que nos transmite la Crónica Silense, que es la más cercana temporalmente a los hechos. Sin embargo, es mucho más famosa la versión transmitida por la castellana Crónica Najerense (escrita más de un siglo después de los acontecimientos), según la cual Bellido se hizo pasar por un desertor de Zamora que, tras conseguir hacerse amigo de Sancho, lo asesinó a traición y por la espalda. Esta versión fue recogida y ampliada por los cantares de gesta castellanos del siglo XIII, que están plagados de errores históricos. En cualquier caso, la muerte de su rey supuso un cambio drástico para el reino: nadie dudó ni por un momento que el sucesor había de ser Alfonso, quien regresó de Toledo y volvió a gobernar sobre el mismo territorio de sus padres Fernando I y doña Sancha. Tras seis años como reinos independientes, Castilla y Galicia volvieron a la órbita leonesa. García regresó desde Sevilla, tal vez con la idea de recuperar su reino, pero Alfonso lo hizo prisionero y lo encarceló en el castillo de Luna, que era la fortaleza donde se custodiaba el tesoro real.

Como muestra de fuerza, en 1076 Alfonso invadió zonas pertenecientes al reino de Pamplona, anexionando al reino leonés los territorios de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y La Bureba. Aprovechando su superioridad militar Alfonso VI sometió al sistema del pago de parias a la mayoría de los estados de Taifas peninsulares casi sin arriesgar sus tropas, demostrando así que León era la principal potencia de toda la Hispania del momento. Con el tiempo llegó a hacerse con ciudades tan importantes como Lisboa, Sintra y Santarem. Los demás reyes y condes cristianos de la Península se convirtieron en sus vasallos, pidiéndole que actuara como árbitro en sus disputas y aceptando sus decisiones.

Uno de los caballeros más destacados de la corte leonesa fue Rodrigo Díaz, el Cid. A pesar de ser un guerrero inigualable cometió varios errores y torpezas e incumplió sus obligaciones, lo que ofendió a Alfonso de tal forma que acabó expulsándolo del reino en 1081. El Cid acabó sirviendo a los musulmanes al entrar al servicio de los reyes taifas de Zaragoza, y no regresó a su reino natal en mucho tiempo.

En el año 1085 Alfonso VI consiguió el mayor de los logros de la Reconquista: tomar Toledo, que siglos antes había sido la  capital de la Península unificada por los visigodos. Esta conquista tenía un gran valor simbólico, y el rey leonés  así lo entendió: en sus documentos generalizó el uso del título de Emperador de todas las Hispanias (“Imperator totius Hispaniae”), como forma de demostrar su superioridad sobre los demás reyes peninsulares. Además, extendió la frontera sur hasta el río Tajo, lo que produjo la impresión de que el fin de la Reconquista estaba cercano. Al caer Toledo el desánimo cundió entre los musulmanes, tal y como nos cuenta Abd Allah, el rey de Granada de por aquel entonces:

“La noticia de lo sucedido en esta ciudad tuvo en todo al-Andalus una enorme repercusión, llenó de espanto a los andaluces y les quitó la menor esperanza de poder seguir habitando en la Península”.

Tras esta conquista nada parecía poder frenar la expansión del reino de León. Pero esta impresión duró poco: en el año 1086 apareció un nuevo poder en la Península Ibérica con la llegada de los almorávides al mando del emir Yusuf Ibn Tasufin. Los almorávides eran una especie de integristas  monjes-soldado musulmanes que habían creado un enorme imperio en el noroeste de África. Alarmados por la toma de Toledo, acudieron para llevar la Yihad o “Guerra Santa” contra el reino de León, y junto a tropas de las taifas derrotaron a Alfonso VI en Sagrajas, cerca de Badajoz. En esa batalla el propio rey cristiano fue gravemente herido en un muslo, si bien pudo huir con la mayor parte de sus tropas.

Una vez pasada la euforia de la victoria, los almorávides comprobaron que el primer enemigo que debían vencer era la división y corrupción moral de los reinos de taifas, ya que sus reyes apenas cumplían los preceptos del Islam, y al estar tan divididos eran un objetivo más fácil para las naciones cristianas. Debido a ello los recién llegados fueron invadiendo todas las taifas (Málaga, Córdoba, Sevilla, Badajoz...) destronando a sus señores. Por primera vez desde los tiempos de Almanzor, al-Ándalus volvió a estar reunificado. Aprovechando este empuje lograron retomar varias de las plazas conquistadas por Alfonso VI, como Lisboa, aunque su objetivo principal siempre fue Toledo. Cercaron y trataron de tomar la ciudad en varias ocasiones, pero no lo consiguieron a pesar de sus esfuerzos.

El reino de León ante las invasiones almorávides.
El Cid regresó al lado de Alfonso en cuanto tuvo noticia de la invasión almorávide, y se unió a sus tropas para tratar de repeler ese peligro. Sin embargo, no tardó en desobedecer al rey de nuevo, por lo que fue desterrado. Una vez más Rodrigo pasó al servicio de señores musulmanes, luchando como mercenario. Con el tiempo actuó por su cuenta, y en ocasiones contra el reino de León, como cuando en 1092, sin motivo aparente, entró a sangre y fuego en La Rioja. Logró tomar la ciudad de Valencia y toda su taifa en el año 1094, convirtiéndose así en una especie de poder independiente en la Hispania de la época, como si fuera un señor de la guerra. Esto duró poco tiempo, porque volvió a reconciliarse con el rey leonés, quien le envió refuerzos. Rodrigo falleció en 1099, quedando a cargo de la ciudad Jimena, su viuda, pero ella y sus hombres sólo pudieron resistir dos años frente a los almorávides a pesar de los auxilios que les envió el rey. El propio Alfonso acudió a Valencia en la primavera de 1102, pero cuando comprobó la imposibilidad de mantener la plaza frente a los nuevos ejércitos almorávides que habían cruzado el Estrecho en 1101, organizó la retirada y prendió fuego a la ciudad.

A lo largo de todo su reinado, Alfonso VI promovió la circulación de gentes e ideas entre Hispania y el resto de Europa. Para ello impulsó firmemente el Camino de Santiago, construyendo y reparando puentes, hospitales y calzadas a su paso por el reino. Buscó la amistad de los monjes de Cluny, el monasterio francés y europeo más poderoso de la época, y colocó a muchos monjes y nobles franceses en los puestos más importantes del reino, e incluso casó a sus hijas Urraca y Teresa con dos de estos últimos. Fue conocido en toda Europa como rey de Hispania, y aunque trató de que el papado lo reconociera como emperador, no lo consiguió.

En su afán de “europeizar” a su reino, Alfonso VI cambió la liturgia por la que se celebraban las misas y demás celebraciones cristianas. Hasta ese momento, tanto en León como en el resto de reinos cristianos de la Península se seguía el llamado “rito hispánico”, mientras que en el resto de la cristiandad occidental se usaba el rito romano. El primer rey hispano en pasarse a este último fue  Sancho Ramírez de Aragón en 1071, y Alfonso, tras muchas dificultades y resistencias internas, lo impuso en León a partir del año 1080. Además, también impulsó un cambio en el tipo de escritura utilizada para los documentos: se abandonó la letra visigótica utilizada hasta entonces, y se empezó a utilizar la llamada “letra francesa” o carolina, más parecida a la que usamos hoy en día.

Con la invasión almorávide dejó de fluir hacia León el oro de las parias, por lo que Alfonso se vio obligado a acuñar su propia moneda, siendo el primer monarca leonés en hacerlo. 

Dinero de Alfonso VI con leyenda +ANFVS REX | +LEO CIVITAS
La influencia francesa también se dejó sentir en los matrimonios de Alfonso VI: de sus cinco esposas, al menos cuatro provenían del país vecino. Ninguna de ellas pudo darle un heredero varón, ya que sólo tuvieron hijas. Tuvo mejor suerte con la mora Zaida, una de sus amantes, con quien tuvo a Sancho, llamado a heredar el reino.

Tras la invasión almorávide, Alfonso mantuvo varias batallas durante el resto de su reinado, y las victorias se alternaron con las derrotas. El rey leonés siguió realizando incursiones en territorio enemigo, y en una de ellas llegó hasta las playas de Tarifa, en pleno Estrecho de Gibraltar. Allí, en un gesto cargado de simbolismo, se internó en el agua con su caballo y arengó a sus tropas, pues era el primer rey cristiano en llegar tan al sur desde el año 711. Además consiguió impedir en todas las ocasiones el principal objetivo de los almorávides, que consistía en reconquistar Toledo. Siguiendo la estrategia de su padre Fernando I trató de partir en dos al-Ándalus con la construcción en 1086 de un castillo en Aledo, en Murcia: desde allí los soldados leoneses organizaron partidas de saqueo que castigaron esa parte de la Hispania musulmana. Pero también sufrió derrotas muy importantes: tras resistir varios asedios, Aledo cayó en 1092, aunque la derrota más decisiva fue la de Uclés (1108), donde murió Sancho, el joven príncipe heredero. Triste y amargado, Alfonso VI murió al año siguiente y fue sepultado en su amado monasterio benedictino de Sahagún. Heredó la corona su hija Urraca, que había enviudado recientemente de su marido Raimundo de Borgoña, con quien había tenido un hijo al que llamaron Alfonso Raimúndez (el futuro Alfonso VII).

Alfonso VI ha tenido que sufrir “mala prensa” por sus desavenencias con el Cid. Si nos atenemos a las crónicas y documentos de la época, fue el caballero castellano el culpable de estos conflictos debido a su belicosidad y nula visión política, e incluso debido a su desmedida ambición. El enfoque comenzó a variar cuando Castilla logró constituirse como reino independiente ya de forma definitiva en la segunda mitad del siglo XII y principios del XIII: en ese momento los juglares castellanos comienzan a forjar los famosos cantares de gesta, en los que, casi siempre sin base histórica, se idealiza todo lo referente a Castilla: por ejemplo, los Jueces de Castilla (que ni siquiera existieron), Fernán González (que en el “mundo real” nunca logró la independencia de Castilla), y el propio Cid. Todos hemos visto en la escuela fragmentos del archiconocido “Cantar del Mío Cid”, ignorando que está lleno de anacronismos y falsedades de todo tipo: baste señalar, como simple ejemplo, que las hijas aparecen como Doña Elvira y Doña Sol, cuando sabemos que se llamaban María y Cristina. Alfonso X “el Sabio” (1252-1284), que era en parte descendiente del Cid, introdujo en sus famosas Crónicas todo este material antihistórico por razones “familiares”, y porque le venía muy bien para crear un héroe a la medida de la Castilla a la que pretendía endiosar. Estas Crónicas fueron las primeras redactadas en castellano, lo que favoreció que eruditos de toda la geografía española pudieran leerlas (y creer lo que contenían). Más recientemente, otro de los responsables de la mitificación del Cid y de la mala imagen de Alfonso VI fue el historiador y filólogo Ramón Menéndez Pidal (1869-1968): su obsesión por Rodrigo Díaz fue tan grande que tituló a una de sus obras más monumentales “La España del Cid”, como si éste personaje fuese la medida de todas las cosas en su época. Sus estudios elevaron casi hasta lo sagrado la categoría literaria de los cantares cidianos (y hay que reconocer que calidad literaria no les falta), y ésa es la razón de que aparezcan en todos los libros de texto de Lengua y Literatura de nuestra época.

Toda esta información la podéis ampliar si leéis mi libro "Alfonso VI de León y su reino". En principio está agotado, pero puede encontrarse en muchas bibliotecas de todo el país. 

ENRIQUE DE LANCASTER ¿EL ÚLTIMO REY DE LEÓN?

25 enero, 2012

Alguna vez he escuchado hablar de Enrique de Lancaster como último rey de León, e incluso ha habido gente que me ha preguntado por este tema. El otro día me dio por mirar en la Wikipedia en español, y ésta es la información que me encontré:

Enrique de Lancaster nació en el castillo de Grosmont, en el año 1281, siendo el segundo hijo de Edmundo de Inglaterra, conde de Lancaster, y de Blanca de Artois, reina viuda de Navarra.(...)
Tras el regreso de la reina Isabel y su amante Roger Mortimer al país (septiembre de 1326), toma partido a favor de ellos y contra el reyEduardo II, al cual, una vez preso, custodió en el castillo de Kenilworth.
En recompensa a sus servicios, fue designado guardián del nuevo rey Eduardo III y capitán general de las fuerzas inglesas para la campaña contra Escocia. Por su matrimonio con Blanca, princesa española, reclama la corona del Reino de León. De hecho, va a conseguir durante unos pocos años, que el Reino de León vuelva a ser independiente. Pasado ese tiempo, es derrotado por Enrique de Trastamara y debe renunciar a la Corona Leonesa.
Alrededor del año 1330, Enrique queda completamente ciego.
El 2 de marzo de 1297 se había casado con Maud de Chaworth, de la cual tuvo 7 hijos (...)
Falleció en Leicester, el 22 de septiembre de 1345, a los 64 años de edad, siendo sepultado en la abadía de Santa María de Newark, en Leicester.

Si echamos una ojeada a la entrada de la Wikipedia en inglés dedicada a Henry of Lancaster, veremos reflejados estos datos, salvo la parte que he resaltado en negrita. Por más que he buscado en Internet y en enciclopedias, no he encontrado ninguna otra referencia a esta faceta "leonesa" de Enrique. Ya a primera vista se ve que el fragmento resaltado es incorrecto, a pesar de se ha usado como referencia en varias webs e incluso en otras entradas de la Wikipedia: en efecto, Enrique de Lancaster no se casó con ninguna "Blanca, princesa española", con lo que toda la historia de sus aventuras por León se derrumba como un castillo de naipes. Además, no pudo ser derrotado por Enrique de Trastámara (Enrique II), porque el futuro rey sólo tenía 11 ó 12 años cuando murió su tocayo inglés.

Sin salir de la Wikipedia en inglés podemos encontrar dónde esta el origen del error y de la tergiversación: quien se casó con una infanta española fue Juan de Gante (John of Gaunt), duque de Lancaster de 1362 a 1399. Su primer matrimonio fue con una mujer llamada Blanca, pero no era de origen español. Su segunda mujer sí: se trataba de Constanza de Castilla, segunda hija de Pedro I el Cruel. En la convulsa época que siguió a la muerte de este rey, Constanza y Juan reclamaron el trono de la Corona de Castilla, enfrentándose a Juan I e intitulándose reyes de Castilla y de León desde 1372 a 1388. Juan incluso modificó su escudo heráldico y añadió el cuartelado de castillos y leones  a las tradicionales armas inglesas (derecha).

Según la Wikipedia en español,

El 9 de mayo de 1386, Portugal e Inglaterra establecieron una alianza, y el 25 de julio de 1386 desembarcaron en La Coruña Juan de Gante, su esposa y la hija de ambos, Catalina de Lancaster. Avanzaron hacia el sur de Galicia estableciendo su Corte en Orense para pasar el invierno. Junto con el rey de Portugal invadieron juntos León, pero sin poder derrotar a los castellanos siguieron hacia el sur cruzando el Duero entre Zamora y Toro. Ante los escasos resultados de la campaña anglo-portuguesa y la pérdida de apoyos en Galicia, Juan de Gante y Juan I de Castilla negociaron un acuerdo a espaldas del rey portugués, que resultó en el tratado de Bayona de 8 de julio de 1388, por el que Juan de Gante y su esposa renunciaban a los derechos sucesorios castellanos en favor del matrimonio de su hija Constanza con el primogénito de Juan I de Castilla, el futuro Enrique III, a quienes se les otorgó la condición de Príncipes de Asturias.

Aquí comprobamos que Juan de Gante logró penetrar en el reino de León, pero lo que siempre reclamó fue la corona de Castilla entera (aunque no descarto que en algún momento de su avance se "conformara" con el reino de León, pero no he encontrado nada de información sobre ello)

En resumen: la identificación de Enrique de Lancaster como último rey de León es totalmente errónea, y es fruto de un error histórico bastante grave que por lo que veo se ha ido repitiendo de boca en boca (y de tecla en tecla). Y Juan de Gante tampoco es un buen candidato a tal título, así que tenemos que conformarnos con Juan I, el de Tarifa, como postrero rey leonés (de 1296 a 1300). En unos días cambiaré la entrada en la Wikipedia para subsanar el mencionado error.

EL CAMINO DE SANTIAGO Y LA MONARQUÍA LEONESA (IV)

30 noviembre, 2011

·Alfonso VI (1065-1109), el gran promotor del Camino. 

Poco antes de morir Fernando I, en el año 1065, tenemos noticias de una peregrinación masiva de gentes procedentes de Lieja (actual Bélgica), encabezados por el monje Roberto. Esta llegada de un gran grupo desde un lugar tan lejano constituye una prueba de que el Camino ya estaba cobrando fama más allá de los Pirineos. 
Situación aproximada a la muerte de Fernando I.
Fernando I dejó una herencia complicada, ya que dividió el reino de León entre sus hijos: a Sancho le dio Castilla, a Alfonso (el favorito) León, y a García Galicia. No hubo problemas mientras vivió Sancha, pero al morir ésta en el año 1067 comenzaron las tensiones entre los hermanos, sobre todo por parte de Sancho, que ambicionaba hacerse con toda la herencia paterna. Para dominar Galicia se cuenta que ideó un engaño: en el año 1071 fingió hacer una peregrinación a Santiago en compañía de varios caballeros, y cuando su hermano García salió a su encuentro para darle la bienvenida, ordenó a sus hombres que lo apresaran. Posteriormente se enfrentó a Alfonso, y tras varias maniobras nada limpias lo venció y le obligó a exiliarse en el reino moro de Toledo. Finalmente, tras coronarse en León como Sancho II, murió ese mismo año de 1072 mientras cercaba la ciudad de Zamora, que se mantenía fiel a Alfonso. Éste regresó desde Toledo y se hizo con todo el territorio que habían controlado sus padres. 

Alfonso VI 
Es revelador que el primer documento que se conserva de Alfonso VI tras su vuelta del exilio toledano tenga que ver, precisamente, con el Camino de Santiago, ya que consiste en la anulación de un portazgo que se cobraba a los peregrinos en el puerto de Valcarce, al pasar de la comarca leonesa del Bierzo al reino de Galicia. Alfonso afirma en el documento que lo elimina por la prosperidad no sólo de Hispania, sino también de Italia, Francia y Alemania, es decir, que ya estaban llegando grandes cantidades de peregrinos de esas naciones. 

El rey leonés seguirá manifestando esa preocupación por el Camino a lo largo de todo su reinado, construyendo y reparando puentes, hospitales, calzadas,... y concediendo ventajosos fueros a las poblaciones que se encontraban a su vereda. 

Según la leyenda, el contenido del Arca Santa procedía
 de 
Palestina. Alfonso VI la recubrió de plata repujada.
Seguramente también estaba en la mente de Alfonso la idea de aumentar las peregrinaciones cuando el 14 de marzo de 1075, en presencia de 6 obispos abrió solemnemente el Arca Santa de Oviedo: se produce el reconocimiento oficial de unas importantes reliquias que se mantenían “desde muy antiguo” en la iglesia de San Salvador en el interior de un arca que había llegado a Asturias desde Toledo en tiempos de la invasión musulmana del 711. La apertura del arca, y la enorme cantidad de reliquias que contenía (de Jesucristo, de la Virgen, de profetas, etc. etc.), consiguieron que muchos peregrinos comenzaran a desviarse del Camino Francés en León y se dirigieran a Oviedo para venerarlas, y luego continuaran hacia Santiago desde Asturias, naciendo así el llamado “Camino de San Salvador” o "Camino de Santiago Real".

El Camino de San Salvador.
Ante la llegada de peregrinos de todas las partes de Europa, se hizo evidente la necesidad de un templo más grande: en el año 1075 el obispo Diego Peláez y el rey Afonso VI acometieron la construcción de la catedral románica sobre la tumba del Apóstol, que no sería parcialmente concluida hasta 1122 (según el Codex Calixtinus). Un ejemplo del cosmopolitismo que estaba alcanzando Compostela lo tenemos en torno al año 1094, con la noticia del primer peregrino inglés conocido, Ansgot de Burwell. 

Sto. Domingo de la Calzada
Cuando Alfonso VI obtuvo la zona de la actual Rioja en el año 1076, una de las primeras cosas que hizo fue visitar a Domingo García, un eremita que se estaba haciendo famoso por su entusiasmo en mejorar las infraestructuras del Camino de Santiago, y que andando el tiempo sería conocido como Santo Domingo de la Calzada. El rey le concedió generosas donaciones y apoyó firmemente su labor constructiva, encomendándole muchas obras a lo largo de su vida. 

Sabemos que Alfonso peregrinó a Compostela varias veces en su vida, por ejemplo entre mayo y junio de 1088. Mostró una especial predilección por Sahagún, una villa en pleno Camino Francés a la que potenció con un fuero y la cesión a Cluny del monasterio dedicado a los santos Facundo y Primitivo. Allí pasó largas temporadas, convirtiéndolo prácticamente en una capital de invierno, y allí pidió ser enterrado.

Por el Camino circularon ideas de todo tipo. Un ejemplo fue el nuevo arte románico, firmemente impulsado por Cluny, y que recibió influencias de ambos lados de los Pirineos. Pero también circularon las innovaciones religiosas: como ya hemos dicho, a diferencia del resto de Europa occidental la Península contaba con el llamado rito hispánico, es decir, tenía su propia forma de celebrar las misas y otras manifestaciones religiosas. Esto disgustaba mucho en Roma, ya que podía propiciar un cisma, por lo que el papa Gregorio VII obligó a Alfonso VI a cambiarlo por el rito romano. Desde la actual Francia y siguiendo el Camino de Santiago llegó toda una legión de monjes y religiosos que se convirtieron en los obispos, abades, canónigos y demás altos cargos eclesiásticos que se encargaron de llevar a cabo esta reforma religiosa. Y es que en época de Alfonso VI llegó por el Camino una auténtica invasión de religiosos, soldados y nobles de distintas regiones de Francia: entre ellos se encontraban los primos Raimundo y Enrique de Borgoña, que vinieron a ayudar en las luchas contra los invasores almorávides y fueron casados con Urraca y Teresa, hijas del rey leonés. 

Unido al cambio de rito llegó el cambio en la forma de escribir: hasta el siglo XI en el reino de León se usaba la escritura visigótica, pero a partir de entonces se fue introduciendo la que era propia de tierras francesas, llamada letra carolina. Ésta comenzó a entrar en el reino leonés en el siglo XI por el oriente, es decir, por Castilla, y su implantación contó con la ayuda de diversos factores, como la influencia que tuvieron en la corte leonesa las mujeres de origen francés de Alfonso, así como los monjes y soldados provenientes de más allá de los Pirineos. El Camino de Santiago también jugó su papel en la difusión de la nueva letra, ya que a lo largo de él fueron surgiendo poblaciones de francos que preferirían su propia letra a la visigótica nativa. Y por último hay que tener en cuenta el factor religioso: la letra visigótica se identificaba con el rito hispánico, por lo que Alfonso se esforzó por implantar la carolina, viéndose ayudado en esta tarea por sus aliados cluniacenses. En el año 1090 convocó un concilio en León en el que, entre otras cosas, decretó el uso exclusivo de la letra carolina en los libros litúrgicos. A principios del siglo XII ya había conseguido imponerse en todo el reino, salvo en reductos de Galicia y Portugal, donde en algunos casos siguió empleándose hasta el siglo XIII.

Gregorio VII.
Alfonso VI de León se intituló “Emperador de toda Hispania”, especialmente después de la conquista de Toledo en 1085, pero no consiguió que ese título imperial le fuera reconocido fuera de la Península Ibérica. Y quizá Santiago de Compostela fuera una de las razones por las que el papa Gregorio VII se negara a reconocérselo, ya que no le parecía muy oportuna la existencia de un imperio con una sede religiosa que podía hacer sombra a Roma, y que además seguía un rito propio (el rito hispánico, mal llamado mozárabe), en vez del rito romano del resto de Europa. El Cisma de Oriente de 1054 (separación iglesia católica/iglesia ortodoxa) todavía era una herida demasiado fresca, y además el Papa estaba luchando cada poco contra el Emperador Enrique IV en lo que se llamó “la Querella de las Investiduras”. En definitiva, no estaban las cosas para andar reconociendo más emperadores. 

Que Roma observaba con suspicacia a Santiago era algo más que evidente. Ya vimos que el papa León IX excomulgó al obispo Cresconio en 1049 por utilizar el título de “Obispo de la Sede Apostólica”. Pero la Historia Compostelana también nos transmite otro desplante que hizo un obispo de Santiago a un grupo de legados enviados por Roma: dicho obispo (del que no se dice el nombre) se negó a recibirlos y dijo:

“Id a los cardenales de esta iglesia [de Santiago] y que muestren ellos tanta obediencia y veneración a los cardenales de la iglesia romana, cuanta después los cardenales romanos hayan de proporcionarles en Roma por su parte”. 

Toda una muestra de falta de tacto diplomático que se convirtió en un escándalo. Aquello quería decir que la iglesia compostelana se veía casi con la misma categoría que la romana, lo que provocaba los lógicos recelos de los papas ante tamaña soberbia. La propia Historia Compostelana dice que fue una de las principales razones por las que se retrasó tanto la conversión en arzobispado. 

En 1105 Alfonso VI concedió a Compostela un privilegio importantísimo que en principio estaba reservado al rey: acuñar moneda. Ello supuso una nueva fuente de riqueza para el obispado, pues suponía la recaudación de nuevos impuestos. 

Como postrera muestra de amor por el Camino, Alfonso VI viajó nuevamente a Compostela en 1108 "sub habitu peregrinationis", después de haber recibido la vara de peregrino. Murió al año siguiente, dejando como sucesora a su hija Urraca. 

Alfonso se esforzó en garantizar la seguridad del Camino, y parece que lo consiguió, si creemos la afirmación de la Crónica de Pelayo, obispo de Oviedo:

“En sus tiempos una mujer podía recorrer sola los caminos, cargada de oro, sin que nadie se atreviera a tocarla”.

EL POEMA DE FERNÁN GONZÁLEZ: NACIONALISMO CASTELLANO EN EL S. XIII

14 septiembre, 2011

Casi todo el mundo alguna vez ha oído mencionar el Poema de Fernán González. Otra cosa muy diferente es haberlo leído: no es muy extenso, pero al estar escrito en castellano antiguo hay que tener muchas ganas para acabarlo. Aquí podéis leerlo si os veis con fuerzas. Sin embargo es una obra muy interesante, ya que constituye una pieza fundamental en lo que se refiere a la deificación del conde castellano. Y no sólo eso: supone un canto nacionalista a Castilla en una fecha tan temprana como el siglo XIII. Que conste que esto no es una opinión personal, sino que también lo afirma H. Salvador Martín, responsable de la que posiblemente es la mejor edición del Poema en la prestigiosa colección de Austral.

Fernando III en el Tumbo A de la Catedral de Santiago
Este nacionalismo tan temprano en realidad tampoco ha de extrañarnos mucho, pues los tiempos eran propicios para ello: en ese mismo siglo Fernando III (1230-1252) y Alfonso X (1252-1284) iniciaron una gigantesca maniobra de propaganda castellanista para soldar la unión de León y Castilla forjada en 1230. Dados sus orígenes eligieron a Castilla como modelo ideal sobre el que edificar esta precaria unión, y para ello se valieron de todo lo que pudieron echar mano: cantares de gesta, mitos, leyendas... 

El problema con que se encontraron fue que Castilla carecía de un pasado nacional, ya que el primer rey castellano digno de tal nombre fue Alfonso VIII (1158-1214), que dotó al reino de todo un aparato institucional del que anteriormente carecía. Pero no había problema: si no existía ese pasado, nada mejor que inventárselo. Así fue como surgieron crónicas como la de Jiménez de Rada o las del reinado de Alfonso X, en las que se exponía la historia de Hispania como si fuera un continuo que desembocaba y alcanzaba su culmen con el reino de Castilla. Como ya he dicho, para esta labor todo era bueno para el convento, así que en estas crónicas se vertieron todo tipo de materiales antihistóricos.

Otro fruto de este tiempo fue el Poema que hoy nos ocupa. Esta obra fue compuesta en cuaderna vía por un monje del monasterio de San Pedro de Arlanza a quien la Historia le preocupaba muy poco. Gracias a datos internos del Poema se ha podido datar su creación de forma muy precisa entre los años 1250 y 1252. La obra está llena de un nacionalismo exaltado que puede crear extrañeza en tiempos tan tempranos. Pero precisamente por ello su contenido fue aprovechado para ser incluido en la Primera Crónica General de Alfonso X y en la Crónica General de 1344. 

Para hacernos una idea del alcance del Poema, baste decir que una de las historietas que contiene es la famosa leyenda del caballo y del azor. Dice que Fernán González vendió dichos animales al rey de León a cambio de mil marcos que tenían que ser pagados cierto día: si el rey se retrasaba en abonar el pago, el precio iría aumentando en proporción geométrica, a razón del doble cada día. Como el rey de León era un descuidado fue olvidándose de pagar, y cuando quiso darse cuenta ya habían pasado tres años y le debía a Fernán una cantidad astronómica, así que se vio obligado a otorgarle la posesión y el gobierno de toda Castilla, liberándolo así del reino de León. Como puede suponerse, esta leyenda ni siquiera era original: ya figuraba de forma casi idéntica en un libro del obispo Jordanes titulado "Gética". Evidentemente el monje de Arlanza conocía muy bien esta historia, y lo único que hizo fue adaptarla a su héroe favorito, porque daba legitimidad a esa supuesta independencia castellana sin tener que colocarle la etiqueta de rebelde a Fernán frente a su rey. Y digo "supuesta" porque si bien es cierto que Castilla funcionó de una manera muy autónoma en esa época, tanto Fernán González como sus sucesores siempre reconocieron al rey de León como su señor natural en todos los documentos originales que se conservan.

El Poema tiene dos temas principales: la Reconquista cristiana de Hispania frente a los moros, y la liberación de Castilla frente a León. Castilla es, por supuesto, lo mejor: 

"Pero de toda Spaña Castiella es mejor, 
por que fue de los otros el comienço mayor (...)
Aún Castiella Vieja, al mi entendimiento, 
mejor es que lo al, por que fue el çimiento,"

Quien consigue liberar a Castilla es Fernán González (en realidad Fernando González: Fernán era una especie de diminutivo), a quien el monje dota de una dimensión similar a la de los héroes clásicos. Y para ello, a pesar de su condición religiosa, llega a mostrar al conde castellano desafiando a Dios:

(...)dixo: "Señor del mundo, ¿por qué me has fallido?
(...) Si fuesses en la tierra, serías de mi rebtado.
(...) Somos los castellanos contra Dios en grand saña,
porque nos quiere dar esta premia atamaña".

Fernán es el prototipo de héroe perfecto, impoluto, invencible guerrero...¿A quién recuerda todo esto? A Rodrigo Díaz, llamado El Cid: otro personaje castellano que debe su fama a los cantares de gesta plagados de errores históricos... De todas formas, esto es algo que ocurre con los "héroes nacionales" de todas las épocas y lugares, sin olvidar al leonés Bernardo del Carpio.

El Poema es todo un desfile de incongruencias y anacronismos. Citemos algunos:

-De la invasión musulmana del 711 sólo se libró Castilla la Vieja y un pequeño reducto asturiano:

"(...)alçaron se en Castiella, assí se defendieron,
los de las otras tierras por espadas murieron.
Era Castiella Vieja un puerto bien çerrado,
non avía más entrada de un solo forado,
tovieron castellanos el puerto bien guardado,
porque de toda Spaña ésse ovo fincado.
Fincaron las Asturias un pequeño lugar, 
los valles e montañas que son çerca la mar".

-Afirma que en el 778 d.C. Bernardo del Carpio fue ayudado por gentes y pueblos de Castilla, que por aquel entonces ni siquiera existía como entidad política ni como región. 

-Fernán González vence a Almanzor, a pesar de que ni siquiera pudieron conocerse (el conde castellano falleció en el 970, cuando Almanzor casi no había empezado su carrera militar).

-Tanto el Cid como Fernán descienden de los míticos Jueces de Castilla, que nunca existieron. 

-El conde castellano tenía todo un proyecto político para convertir a Castilla en un poderoso reino:

"Varones castellanos, este fue su cuidado:
de llegar su señor al más alto estado;
d' un alcaldía pobre fizieron la condado,
tornaron la después cabeça de reignado.
(...)El conde don Fernando con muy poca conpaña,
-en contar lo que fizo semejaría fazaña-
mantovo siempre guerra con los reyes d' España,
non dava más por ellos que por una castaña".

-Fernán vence a moros, navarros y leoneses. Y nunca pierde. En el Poema es una especie de "Chuck Norris" de la Edad Media hispana. Mata nada menos que al rey de Navarra con sus propias manos. Y al conde de Tolosa. 

-Una infanta de León, hermana del rey Sancho I, se enamora de Fernán, lo ayuda a escapar de la cárcel, y se acaba casando con él. 

Y podríamos seguir poniendo numerosos ejemplos. El Poema de Fernán González no es más que otro reflejo de la mentalidad nacionalista y esencialista que brotó con fuerza en la Castilla del s. XIII y que acabó expandiéndose a lo largo del tiempo hasta llegar hasta nuestros días.

EL REINO DE LEÓN SEGÚN LOS ESTATUTOS MEDIEVALES DE LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

04 septiembre, 2011

Fuchicando por la web del Archivo de la Universidad de Salamanca encontré una sección dedicada a los estatutos históricos de dicha institución. Por curiosidad eché un vistazo a los que concedió el papa Martín V el 20 de febrero de 1422, y en ellos comprobé de primera mano un dato que ya había leído antes: que el rector debía ser del reino de León un año, y del reino de Castilla al siguiente. Esta división también se observaba en la elección de los ocho consejeros, ya que cuatro habían de ser de procedencia leonesa, y otros cuatro de origen castellano. Según la monografía "Historia de la Universidad de Salamanca", este sistema de elección procede de tiempos de Benedicto XIII ("El Papa Luna"), pero en tiempos anteriores el sistema era todavía más dúplice, ya que toda la Universidad estaba dividida entre dos naciones: la leonesa y la castellana. Cuando la institución ganó prestigio y empezó a llegar gente de otras procedencias, los portugueses fueron englobados en la nación leonesa, y los aragoneses en la castellana. Cada una de estas "naciones" tendría su rector, con lo que el gobierno de la Universidad era prácticamente una diarquía.

Benedicto XIII anuló este interesante sistema y estableció un único rector, que como hemos dicho un año tenía que ser de la nación leonesa y otro de la castellana. A continuación incluyo un fragmento de los mencionados Estatutos de Martín V, así como la transcripción que he hecho:


[...] Ordinamus quod in Studio Salamantinensis perpetuis temporibus Vnus sit Rector et / Consiliarii Octo quolibet Anno et quod Rector ipse Vno de Castelle et / alio Annus de Legionis Regnis existat et sic successiue perpetuo obserue/tur. Verum si aliquando persona utilis et ydonea Uniuersitati de Regno Legionis/ non reperiatur pro Rectore uel econtra de Regno castelle eligatur uel et / econuerso quod Rectoris et Consiliariorum uel duarum partium imperium / iudicio relinquimus in hoc casu. Consiliarii uero quolibet Anno de diocesis/ Legionensis Ouetensis Salamantinensis Zamorensis Cauriensis Paccensis uel Ciuita/tensis duo de diocesis Compostellanensis Astoricensis Auriensis Mindoniensis Lucensis/ uel Tudensis aut de Regno Portugalie alii duo de diocesis Toletanensis Ispalensis/ Cartaginensis Cordubensis Giennensis Gadicensis Placentinensis seu Conchensis alii / duo reliqui uero duo Consiliarii de diocesis Burgensis Calagurritanensis Oxomensis/ Seguntinensis Palentinensis Abulensis seu Segobiensis aut de Regnis Aragonie/ Nauarre uel alia quacumque natione extranea eligantur.

Resulta interesante ver la enumeración de las diócesis de procedencia de los consejeros de las dos naciones leonesas: aunque ambas carecen de nombre, coinciden a grosso modo la primera con el reino de León y la segunda con el reino de Galicia. Así, la de León incluye: León, Oviedo, Salamanca, Zamora, Coria, Badajoz y Ciudad Rodrigo. La nación "leonesa" de Galicia estaría compuesta por Santiago de Compostela, Astorga, Orense, Mondoñedo, Lugo, Tuy, y la gente de Portugal. 

Otro dato de interés es la extensión territorial de la segunda nación castellana, que se corresponde más o menos con Castilla la Vieja: Burgos, Calahorra, Burgo de Osma, Sigüenza, Palencia, Ávila y Segovia. Lo señalo porque  siempre ha habido dudas sobre si Palencia pertenecía al reino de León o al de Castilla: según este documento, parece clara su castellanidad.

CÓMIC DE LA FUNDACIÓN VILLALAR SOBRE LA HISTORIA DE CASTILLA Y LEÓN

30 enero, 2011

El pasado día 27 fue presentado el primer tomo de la “Historia de Castilla y León en Cómics”, el nuevo despropósito de la Fundición Fundación Villalar. Titulado "De Atapuerca a los Trastámara", constituye una manipulación de la Historia y un menosprecio total de la identidad leonesa. 

Pero antes de analizarlo, veamos cómo lo presentan en su página:

"El cómic está destinado a jóvenes y estudiantes de Educación Secundaria (entre 12 y 16 años) y condensa de manera inteligente, y desde el más absoluto rigor histórico, la enorme cantidad de acontecimientos que han tenido lugar desde nuestros orígenes. Próximamente se editará el II volumen: De los Reyes Católicos hasta la actualidad".

Como veremos, esas intenciones quedan muy lejos de la triste realidad. Se han imprimido 1.500 ejemplares a todo color y sin reparar en gastos, que se distribuirán en los próximos días a todas las bibliotecas de los Centros de Educación Secundaria de la autonomía. También se pondrá a la venta en librerías a 18 €, aunque se puede descargar en PDF si se busca por la página de la Fundición

Antes de nada, he de decir que no tengo nada personal contra el dibujante, el vallisoletano Miguel Díez Lasangre, ni contra sus asesores históricos, pero sí en cuanto a los contenidos y al tono propagandístico. Los dibujos, de una gran sencillez y sin ser ninguna maravilla, creo que son los adecuados para una obra de estas características, y me parece positivo el sentido del humor utilizado, aunque frecuentemente es usado como arma ideológica. Hay buenas imágenes de batallas, edificios, etc., pero todo esto se pierde desde el momento en que se abre el libro y se percibe el inconfundible tufillo de la propaganda política y nacionalista tan típica de la Fundición- Fundación Villalar. Algo que no ha de extrañar si comprobamos que entre los asesores históricos está el fallecido Julio Valdeón. Ello también nos da la pista de que es una obra que lleva gestándose varios años, lo que me lleva a preguntarme por qué la han presentado precisamente ahora, justo después de acabar las celebraciones del 1100 aniversario del reino de León: ¿Casualidad? No lo creo...

Pero pasemos a echar un vistazo al tebeo. Advierto que los pies de imagen en plan humorístico son cosa mía.

En la Presentación ya nos encontramos esta joya:

“Dejando aparte antecedentes más remotos, basta remontarse a la Reconquista y la progresiva repoblación de la cuenca del Duero, para asistir al nacimiento de un pueblo singular que poco a poco extendió su lengua y sus tradiciones a un extenso territorio que llegó a abarcar desde Asturias hasta Andalucía” (José Manuel Fernández Santiago, Presidente de las Cortes de Castilla y León y de la Fundación Villalar-Castilla y León, pág. 7)

Caramba, yo juraría que en el actual Estatuto de autonomía ya se recoge que leoneses y castellanos son pueblos diferentes y diferenciados, pero aquí el señor Fernádez Santiago nos habla de un "pueblo singular" que tuvo una única lengua, contraviniendo de paso el artículo 5 del mencionado Estatuto, donde se habla de la importancia del leonés.  Mal comienzo...

Lo mismo puede decirse de este fragmento de la Introducción:

“Aquí están contados y plasmados, de una manera asequible, a la vez que concisa y atractiva, los hechos más importantes de nuestro pasado. Me refiero a aquellos hitos decisivos de nuestra historia particular que, dentro de los límites de Castilla y León como pueblo, pasaron después a formar parte de la historia general de España como una nación moderna. Sin ninguna duda, nuestros niños y nuestros jóvenes tendrán en esta historia en cómic una referencia a la que acudir por el rigor de los hechos aquí descritos” (Manuel Fernández Álvarez, revisor de contenidos y del guión, pág. 9)

"Castilla y León como pueblo". Guau.  "(...) el rigor de los hechos aquí descritos". Pues si empezamos diciendo que Castilla Y León es un único pueblo, poco rigor se aprecia. 

Pasando al tebeo en sí, en la parte de la Prehistoria hay una viñeta que no me puedo resistir a compartir:

Los hombres prehistóricos ya soñaban con castillos y leones. Qué gracioso. 

Esta viñeta hace realidad las denuncias hechas por Plataforma Pro Identidad Leonesa en el sentido de que para la Junta, Castilla y León ya existía como tal desde la Prehistoria.
Posteriormente se habla continuamente de los "celtas de la meseta", o "pueblos de la meseta", presentados prácticamente como un conjunto, aunque sí que se nombran de pasada los nombres de algunos de esos pueblos.

Como ya viene siendo habitual en libros de texto y otras publicaciones de la Fundición, se presta una muy especial atención a los vacceos y, sobre todo, a los celtíberos: a estos últimos y al asedio de su ciudad de Numancia se les dedica más de cuatro páginas, con todo lujo de detalles: asedio, vista de la ciudad, etc.

Los ástures tienen que conformarse con salir mencionados en un par de viñetas. La única vez que aparecen las guerras asturcántabras en el texto es de traca:

“ROMA AÚN TUVO QUE SOMETER A CÁNTABROS, ASTURES Y GALAICOS, PUEBLOS QUE EN PARTE HABITABAN LAS ZONAS PERIFÉRICAS DE LA CUENCA DEL DUERO, Y QUE RESISTIERON HASTA 19 A. C.” (pág. 23) 

¿Galaicos habitando en la Cuenca del Duero actualmente ocupada por la comunidad autónoma de Castilla y León?¡Por favor! Menuda patada a la historia: ¿era ese el "rigor" prometido? Y por si fuera poco, estos galaicos protagonizan la mencionada viñeta, apareciendo como el estereotipo de gallego que no se sabe si va o viene:

"Soy galaiquiño y vengo de Lucus..."

Se menciona que

“UNA VEZ TERMINADA LA CONQUISTA, LAS TIERRAS DE LA MESETA PASARON A FORMAR PARTE DE LA REPÚBLICA DE ROMA, ENMARCADAS ADMINISTRATIVAMENTE EN LA PROVINCIA CITERIOR” (pág. 24) 

De las posteriores divisiones, y de los conventus no se dice nada, porque claro, habría que hablar de los ástures, y no interesa, oiga. Además, si se hubiera puesto la división de Diocleciano se verían divididos los territorios de Castilla y León y claro, eso tampoco conviene.

Por cierto, los mapas de la actual Castilla y León aparecen constantemente desde la Prehistoria, como anacrónico marco histórico. Sería comprensible que figurara un mapa al comienzo con las principales ciudades, pero ponerlo tan a menudo huele mal.

En cuanto a la época de las invasiones bárbaras (suevos y visigodos) sí que está tratada con rigor histórico. Lo mismo puede decirse de los orígenes del reino asturleonés, e incluso llega a reconocerse que

“CASTILLA, POR EL MOMENTO, NO PASABA DE SER UN CONJUNTO DE CONDADOS QUE DEPENDÍA DE LOS REYES DE LEÓN” (pág. 36).

Con el surgimiento de Castilla como condado se habla de la aparición del castellano, pero ni una palabra del leonés. Y ya figura el castillo dorado sobre fondo rojo, lo que constituye un gravísimo anacronismo, ya que ese blasón no apareció hasta finales del s. XII. Su uso tiene como fin que el lector vaya identificando "nacionalmente" a esa Castilla primigenia, y esa sensación se refuerza en la ilustración de la Batalla de Simancas, donde la manipulación ideológica es flagrante (pág. 38):

¿Leones y castillos codo a codo en Simancas?¡Valiente anacronismo heráldico!

Ya antes Fernán González aparece como un igual del rey Ramiro II, y porta un castillo heráldico en el pecho. El auténtico protagonista de estas páginas es el conde castellano, y el rey leonés aparece como una especie de personaje secundario cómico que se humilla ante él para pedirle ayuda (!!!).

Ramiro II hace prisionero a Fernán por sus traiciones, y después le suplica ayuda: muy lógico.

EN CUALQUIER CASO, EN SUS ÚLTIMOS AÑOS DE GOBIERNO, FERNÁN GONZÁLEZ YA ACTUABA EN LA PRÁCTICA COMO SI FUERA UN REY. 
Y A SU MUERTE, SU HIJO HEREDARÁ EL CONDADO SIN QUE LEÓN SE OPONGA. CASTILLA HABÍA ALCANZADO UNA GRAN LIBERTAD DE ACCIÓN RESPECTO A LOS MONARCAS LEONESES; POR ESA RAZÓN FERNÁN GONZÁLEZ ES CONSIDERADO EL PADRE DE CASTILLA Y SUS GESTAS SERÍAN NARRADAS EN EL FAMOSO POEMA QUE LLEVA SU NOMBRE. (pág. 39)

Por supuesto, no se menciona para nada que el Poema de Fernán González es un poema antihistórico y mitificador de muchos siglos después. Nada se dice de sus múltiples traiciones para no manchar su inmaculada imagen de héroe castellano.

Cabe reseñar que a lo largo del tebeo es frecuente que los reyes leoneses aparezcan como patéticos personajes cómicos, y los condes y personajes castellanos como héroes serios y majestuosos. 
En la pág. 45 los condes castellanos portan escudos herádicos ¡y una bandera de Castilla! en lo que parece ser una gala del anacronismo histórico, heráldico y vexilológico:

García parece que va a un partido de fútbol: sólo le falta la bufanda.

En cuanto a Sancho Garcés III de Pamplona (que no Navarra, como se empeña en decir el texto), se habla de su coronación en León como emperador, pero nada se dice de su posterior huida frente a Bermudo III (pág. 46).

Se sigue repitiendo como dogma de fe que Fernando I fue el primer rey de Castilla, aunque con matices:

“EFECTIVAMENTE, SEGÚN LAS INTERPRETACIONES HISTÓRICAS TRADICIONALES, FERNANDO HEREDA EL CONDADO DE CASTILLA CON EL CARÁCTER DE REINO; ES DECIR, FERNANDO I, PERTENECIENTE A LA DINASTÍA JIMENA DE NAVARRA, SERÍA EL PRIMER MONARCA DE CASTILLA” (pág. 46).
“BERMUDO III MORIRÁ EN LA BATALLA SIN DEJAR DESCENDENCIA. FERNANDO I, HACIENDO VALER LOS DERECHOS DE SU ESPOSA SANCHA, SERÁ CORONADO REY DE LEÓN, DANDO LUGAR A LA 1ª REUNIFICACIÓN DE LEÓN Y CASTILLA”.(Pág. 47)

Se sigue jugando con el concepto de que una mentira repetida mil veces puede convertirse en una realidad. Esa supuesta primera reunificación de León y Castilla sólo supuso el regreso del condado castellano a la órbita leonesa tras unos pocos años de gobierno pamplonés. 
Curiosa cuando menos es la nota al final del episodio en la misma pág. 47:

“SEGÚN OTRAS INTERPRETACIONES HISTÓRICAS MÁS RECIENTES, FERNANDO I SIGUIRÍA (sic) SIENDO CONDE DE CASTILLA HASTA LA DERROTA Y MUERTE DE BERMUDO III, Y SÓLO ALCANZARÍA LA DIGNIDAD DE REY AL HACER SU ENTRADA EN LEÓN”.

Es llamativo que comience a cambiarse el discurso oficial, aunque, eso sí, lo vemos reducido a una especie de nota al final, mientras en el tebeo se sigue reflejando la milonga de que Castilla fue reino ya con Fernando I. Por cierto, a partir de esa página, Fernando I y sus tropas portan escudos y banderas cuartelados, o con un castillo y un león, que como se sabe fueron creación de Fernando III, bien avanzado el siglo XIII. Serán cosas del "absoluto rigor histórico" que se prometía al comienzo del cómic:

¡Marchando una ración de castillos y leones, majestad!

Alfonso VI y Urraca aparecen retratados como personajes torvos, con ojos oblicuos (¿con qué motivo?), frente a la majestuosidad de Sancho II (pág. 49):

Esos leoneses chinorris se van a enterar...

La lindeza se repite en la pág. 50 con un Alfonso VI patético y cobarde en la batalla:

Alfonso VI era un hijo de papá, claro. Menos mal que Sancho era un machote.

En la misma página, Alfonso VI se lo pasa pipa en su delicioso destierro toledano:
Pero qué pijo eres, Alfonsín

No podía faltar la falsa historieta castellanista de la traición de Bellido Dolfos, personaje que ¡oh sorpresa!, también tiene ojos oblicuos (pág. 51):

¡Rey Sancho, no te fíes de Fu-Manchú!

Con la muerte de Sancho, Alfonso VI se convierte en bueno (progresivamente desaparecen los ojos oblicuos) y en la pechera luce el escudo partido de Castilla y León. En el mapa de la pág. 54 el reino figura como “Reino de Castilla y de León”, y en la misma página Alfonso toma Toledo con un estandarte cuartelado (!!) al que todavía le quedaban unos 150 años para existir:

Alfonso VI, presidente de la Junta de Castilla y León, toma Toledo en 1085.

Otra mentira histórica que no podía faltar es la Jura de Santa Gadea (pág. 58), una leyenda sin base real en la que el Cid toma juramento a Alfonso de que no ha participado en el asesinato de su hermano. Por si acaso, se introduce con un precavido “se cuenta que...”. 
Se dedican nada menos que 3 páginas al Cid, a quien contemplamos asediando Valencia utilizando trabucos o trabuquetes, unos ingenios que no se emplearon en Europa hasta el s. XIII. Otro anacronismo que apuntala ese "rigor" del que nos hablaban en la introducción (pág. 60):

Chuck Cid Norris se adelanta 120 años e inventa los trabuquetes antes de tiempo.¡Qué tío!

Sin ningún rubor, el reino ya es llamado Castilla y León, y Alfonso VII figura con un escudo partido de Castilla y de León, aunque esporádicamente se menciona al reino de León:  

“EFECTIVAMENTE, EL CONDADO DE PORTUGAL, ANTES GOBERNADO POR SU TÍA TERESA Y AHORA POR SU PRIMO ALFONSO ENRÍQUEZ, QUIERE INDEPENDIZARSE DEL REINO DE LEÓN”(pág. 63).

Bueno, eso de cambiar de nombre al reino cada poco no es que quede muy coherente, aunque hay que partir del hecho de que una historia de Castilla y León en bloque y monolítica ya es una incoherencia de base. A pesar de ello, a Alfonso VII se le denomina “rey castellano” en la pág. 64, y en el mapa de la pág. 65 sus dominios aparecen como "Reino de Castilla y de León". Tal vez deberían haberse leído antes la coetánea Crónica del Emperador Alfonso, donde figura constantemente como "rey de León" o "rey leonés". Pero una vez más, eso les habría roto el discurso castellanista.

¿¿Pero qué te han hecho en la sobrevesta, Alfonso VII??

Curioso destino para el primer monarca del que sabemos que portaba el león como símbolo. Además, en la toma de Almería los soldados enarbolan una bandera cuartelada, como si fuera la del reino. Alfonso VII estará revolviéndose en la tumba:

¿Las borracheras de Villalar? No, la toma de Almería.

La separación entre León y Castilla tras la muerte de Alfonso VII está bien retratada en líneas generales, aunque se dedican varias páginas a la batalla de las Navas de Tolosa, y se ve a Alfonso IX poniendo excusas para no acudir (pág. 73). En realidad, el rey leonés no acudió a la batalla porque era enemigo de Alfonso VIII de Castilla. Por cierto, nadie dice nada malo del rey de Portugal, que tampoco fue.

Esos ojillos te delatan como leonés malo, malo...

En la página 78 se mencionan las Cortes de León de 1188 de Alfonso IX de esta manera tan artera y equívoca:

LA CURIA EXTRAORDINARIA CONVOCADA EN LEÓN POR ALFONSO IX EN 1188 ES CONSIDERADA EL GERMEN DE LAS CORTES DE CASTILLA Y LEÓN.

Se resumen en 5 viñetas, y las presentan como una simple excusa de Alfonso IX para sacar dinero al pueblo. No se menciona que es el germen del parlamentarismo mundial, pero sí como germen de las Cortes de Castilla y León. Bravo por la manipulación:

Robemos al pueblo lo que es del pueblo haciendo como que contamos con el pueblo.

A partir de ahí ya se habla de Castilla y León tan ricamente, aunque aún quedan algunos despropósitos más. Por ejemplo, en la página 91 se narra el celebérrimo acto heroico de Guzmán El Bueno, pero en ningún momento se dice que era leonés. Por si fuera poco, en la pág. 92 sale con un escudo cuartelado (!!):

Guzmán el Bueno de "Castillaleón".

En todo el libro no hay ninguna mención al leonés como lengua romance, pero sí hay muchas al castellano, que aparece como única lengua del reino. La única excepción anecdótica es el galaico-portugués de las Cantigas de Santa María de Alfonso X. Menos mal que el leonés aparece reconocido como tal en el Estatuto, porque si fuera por la Fundición Villalar...

Y así todo un cúmulo de falsedades y de interesadas omisiones. En las guerras civiles a partir del siglo XIII, nunca se citan las ocasiones en que León estuvo a punto de separarse de Castilla. En la pág. 93 se habla de la creación de las hermandades para luchar contra los mahechores, pero no se menciona que el reino de León creó la suya propia y diferenciada de la castellana. Se habla de las cortes, pero tampoco se dice que con frecuencia y durante muchas décadas se reunían por separado las de León y las de Castilla, etc., etc.

En la última parte, el reino recibe el nombre de Castilla, simplemente. Así ya nos quedan claras las cosas: no hay nada nuevo bajo el sol. La Fundición Villalar sigue empeñada en gastar nuestro dinero en forjar una falsa y artificial identidad castellanoleonesa, y para ello no duda ni un segundo en pervertir, mistificar y falsear la historia leonesa.