Vaya por delante que las líneas que siguen son mi opinión personal sobre una revista que, como leonés, me ha ofendido. En este mismo sentido, he de recordar que éste es mi blog personal, y por ello creo que tengo el derecho a exponer libremente mis opiniones, por muy críticas que sean. Así que si usted es un ferviente "castellanoleonés"(sic) o un seguidor de dicha revista que va a leer este post por casualidad, tal vez debería pensárselo dos veces y pulsar a continuación el botón de "cerrar ventana" de su navegador. Advertido queda.
Pero metámonos en harina. ¿Qué es
ARGI? Aunque en euskera esa palabra significa "Luz", por lo visto este nombre es la forma corta de
“Argimiro”, que era el pseudónimo de su director, y el nombre de un hijo suyo.
En cualquier caso, es una revista dirigida por
Javier Pérez Andrés cuyo principal y casi único objetivo es cantar las excelencias de esta nuestra comunidad.
El tal Javier Pérez es un cántabro-castellano que se siente castellanoleonés (sic), escribe en el Norte de Castilla y que
dirigió o dirige el programa "El arcón" en Televisión Castilla y León. Parece ser un personaje muy pagado de sí mismo, porque puso su foto como portada del nº1 de la revista, y de hecho aparece en pequeño tamaño en las portadas de todos los demás números. Presume de ser uno de los mejores conocedores de Castilla y León, título que no voy a entrar a discutirle. Lo que sí queda claro es que
Javier Pérez es un ferviente defensor del actual marco autonómico, y que echa mano de cualquier argumento, por ridículo que sea, para justificarlo. Ello es algo muy típico de este tipo de personajes, a los que en plan jocoso llamo “castillones”, porque pronuncian tan rápido “Castillaleón” que parece que dicen “castillón”. Los castillones se caracterizan por usar una corta serie de argumentos muy manidos y sobados que se han aprendido de memoria desde la Transición: que si somos una región geográfica (como si estar en la misma cuenca fuera un requisito para crear una autonomía: que se lo digan a los de la Cuenca del Ebro), que si Castilla y León unieron sus destinos desde el año 1230 (sin recordar que en ese año también se incorporaron Galicia, Asturias, etc), que si somos un destino en lo universal, etc. etc.
En ese sentido, el concepto que tiene esta
revista de la comunidad queda claro ya desde su propio logotipo: una especie de pegatina con un castillo como protagonista, mientras se advierte por un doblez que en la parte trasera hay un león boca abajo, ya que asoma tímidamente sus patas delanteras, talmente como si estuviera aplastado por el peso del castillo. Y es que
eso es León para la gente que defiende a capa y espada esta autonomía: un simple "apellido" que a veces molesta, aunque su símbolo queda muy bien en la bandera cuartelada.
Pasemos a ver someramente cómo es el
nº 8 de esta revista (
"La conquista de un sueño"), eso sí, sin entrar a analizar los contenidos, porque en ese caso el comentario podría abultar más que la propia publicación. Dicho número corresponde a los
meses de abril/mayo, cuesta
3€ (que conste que me la regalaron), y está dedicado casi monográficamente a la fiesta(?) de la Comunidad, ese día que en León es más conocido por otro acontecimiento sin duda más agradable: el "Día del Libro".
Empecemos por la
“Carta del Director”, una especie de editorial presidido nuevamente por la efigie aparentemente pensativa de D. Javier Pérez Andrés: en ella el infatigable periodista nos relata entusiasmado la agradable sorpresa que se llevó al encontrar el cuartelado de castillos y leones grabado en una pared en la fortaleza de San Cristóbal y en otros lugares de Puerto Rico. Ello le lleva a reflexionar lleno de orgullo acerca de que el dibujo era prácticamente igual al de la actual enseña autonómica, aunque a continuación se lamenta de que esa bandera
“aquí, en mi región, sólo ondea en edificios oficiales y casi siempre en mástiles a mucha altura de los ojos, de las manos y del corazón”
A juzgar por esta frase, se ve que este señor sería feliz llevando un sombrero, un antifaz, unas manoplas y una camiseta de la Junta. Si alguna vez D. Javier tuviera la desgracia de tener que usar un marcapasos, sus médicos ya saben qué motivo grabar en el aparato antes de implantárselo. El resto del artículo sigue en el mismo
tono patriotero, por lo que en vez de titularlo “un descubrimiento fascinante” debería haberlo llamado “Banderas de nuestros padres”. Por supuesto,
el señor Pérez Andrés parece olvidar convenientemente en todo momento que el escudo y la bandera cuartelados representaban en esa época a toda la Corona, y no a las nueve provincias actuales, pero, claro, ese es un detalle sin importancia.
El director dedica los últimos párrafos a cantar las excelencias de la fiesta (?) de Villalar y sus símbolos, rematando con un colofón autoexplicativo:
“Feliz día de Castilla y León. ¿Por qué nos costará tanto?, con lo sencillo y fácil que es sentir y no ocultarlo”
Bueno, los leoneses podemos responderle a esa pregunta cuando quiera.
El resto de la revista está plagado de artículos de temas muy diversos, pero que
tienen en común el mismo tufillo propagandístico y panegirista: “Los comuneros: Los primeros héroes de la región”; una entrevista a Juan Vicente Herrera (quien sin duda se sentirá muy cómodo y ufano en una revista de este tipo); “Los vinos del Estatuto”, en el que “el comité de cata analiza once vinos de la añada de 1983”; un análisis del Estatuto de la comunidad de mano de Fernando Rey (uno de los dos perpetradores del texto), etc., etc. Y es que 82 páginas a todo color dan para mucho. ¿O tal vez no? Veamos:
Uno de los artículos está dedicado a la famosa
“Fundación Villalar”, con el significativo título
“El reto de forjar una identidad”. Y es que, sin duda,
tratar de forjar una identidad desde cero debe de ser una tarea muy difícil, porque es algo inédito en el resto de España. Pero con dinero todo se puede arreglar (o eso piensan ellos).
Además de la mega-entrevista al presidente de la Junta (6 paginazas), hay otra hecha a Demetrio Madrid bajo el título “Castilla y León: el sueño de los valientes”, aunque
hubiera quedado más propio “la pesadilla de los leoneses”.
Algo que está presente en toda la publicación es el
uso (y abuso) del término “regional” para referirse al conjunto de la comunidad autónoma, a pesar de que hasta el preámbulo del actual Estatuto viene a reconocer que está compuesta por dos regiones históricas diferentes. Hasta el señor Juan Vicente Herrera lo utiliza con total desparpajo, cosa que no ha de extrañarnos, pues
su administración ha empezado a poner el apellido “regional” a algunas de sus nuevas instituciones, como el Ente Regional de la Energía.
Otro artículo que no tiene desperdicio es “Castilla como necesidad” del periodista Carlos Blanco, quien deja bien claro que para él
sólo existe la fórmula Castilla+León=Castilla. Por supuesto, esta Castilla
“ni fue dominante ni imperialista” (menos mal, porque si llega a serlo...). Al menos el autor tiene la decencia de hacer examen de conciencia “regional” en la parte final:
“¿Quién puede decir, sin sonrojarse, que la autonomía ha sido el resultado de la conciencia de identidad del pueblo castellano?(...) Han pasado 28 años, juzguen por ustedes mismos. ¿No seguiremos, a pesar de lo que parece, en el punto de partida?”
Personalmente, supongo que Castilla sí que sigue en el punto de partida.
Las provincias leonesas, por desgracia, han quedado mucho más atrás en el devenir de la comunidad.
Un artículo que hay que reseñar es el kafkiano
“El Motín de la Trucha”, que trata acerca del famoso y semi-mítico motín
que tuvo lugar en la Zamora medieval. Lo surrealista del asunto es que
inaugura la sección “Castilla(!) milagrera”, que pretende recordar “un tiempo en que en Castilla se produjeron hechos sobrenaturales”.
No menos kafkiano es el artículo “Regionalismo sano”, de Fernando Rey, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Valladolid y, como ya se ha dicho, uno de los dos padres del Estatuto que no parece estar demasiado a gusto con cómo le ha quedado el “hijo”. Por ejemplo, se lamenta de que
“no se ha conseguido que las sedes de las instituciones aparezcan en el Estatuto, incumpliendo, por cierto, el mandato constitucional”.
Una pena y un escándalo, oiga.
Hay muchos más artículos, pero la mayoría están dedicados a la que parece la gran pasión de Javier Pérez Andrés:
los vinos y la gastronomía. Algunos están salpicados por pintorescos comentarios de diversos personajes de la vida social, cultural y política de la comunidad acerca de lo que les dice “Castilla y León” (ninguno negativo, por supuesto). De entre ellos he sacado el que encabeza este post, por lo que tiene de simbólico.
En cuanto a la revista en sí, sólo me queda
desearle que siga el fulgurante camino trazado por la editorial Ámbito, de la que es hija intelectual en cierto modo. Que siga el derroche, que paga mamá Junta.