El domingo 6 de noviembre me publicaron en la Revista del Diario de León una versión ampliada del artículo "El escudo de Castilla y León: Historia de una apropiación indebida", que pudisteis leer en este Cuaderno de Notas. Como algunos no tenéis acceso a esta sección dominical del Diario (por vivir fuera de León), os copio el texto refundido del artículo:
Imagínese que en un futuro más o menos cercano la Comunidad de Madrid tomara la decisión unilateral de apropiarse de la actual enseña nacional, y la convirtiera en su bandera autonómica. Parece una decisión absurda y arbitraria, ¿no es cierto? Pues bien, como veremos, algo parecido fue lo que hizo la comunidad autónoma de Castilla y León a la hora de elegir sus símbolos.
Castilla y León, debido a los múltiples problemas y oposiciones que encontró en su seno, fue una de las última comunidades españolas en lograr su autonomía (1983). La bandera y el escudo de la comunidad autónoma quedaron fijadas en su correspondiente estatuto de autonomía, concretamente en el artículo 5.º "SÍMBOLOS DE LA COMUNIDAD", que reza así:
"1. El emblema o blasón de Castilla y León es un escudo timbrado por corona real abierta, cuartelado en cruz o contracuartelado. El primer y cuarto cuarteles: sobre campo de gules, un castillo de oro almenado de tres almenas, mamposteado de sable y clarado de azur. El segundo y tercero cuarteles: sobre campo de plata, un león rampante de púrpura, linguado, uñado y armado de gules, coronado de oro.
2. La bandera de Castilla y León es cuartelada y agrupa los símbolos de Castilla y León, conforme se han descrito en el apartado anterior. La bandera ondeará en todos los centros y actos oficiales de la Comunidad, a la derecha de la bandera española."
¿Cuál es el origen de estos dos símbolos tan denostados en tierras leonesas? Mucha gente piensa que hay que remontarlos a Fernando I, presunto primer unificador de León y de Castilla, pero ello es totalmente falso: por aquel entonces, ni siquiera existía la heráldica. El cuartelado de castillos y leones se lo debemos a Fernando III, que fue quien unió las dos coronas en el año 1230. Hasta entonces, el símbolo de la Corona Leonesa, al menos desde Alfonso VII el Emperador, había sido un león púrpura pasante (al que los castellanos después convertirán en rampante). Más tarde, probablemente a principios del siglo XIII, Alfonso VIII de Castilla (que en puridad debería ser conocido como Alfonso I de Castilla) acuña el que se convertiría en el símbolo de su reino: en campo de gules, un castillo de oro aclarado de azur. Cuando Fernando III une las dos coronas, se le presenta el dilema de cuál de los dos símbolos adoptar: el monarca tomó una decisión casi salomónica y creó el famoso escudo cuartelado, acuñando así el que sería el símbolo de la Corona de Castilla y, andando el tiempo, de todo el Estado Español. Como curiosidad, una bandera muy similar a la autonómica fue la que utilizó Cristóbal Colón en sus carabelas, junto con la de la Cruz Verde con las iniciales de Isabel y Fernando. Por su parte, el escudo cuartelado se vio integrado en el mucho más complicado de los Austrias (siglos XVI-XVII) , ocupando el lugar más destacado del mismo. Con la dinastía borbónica, el escudo de los castillos y leones cobra un protagonismo todavía mayor, ya que durante dos siglos servirá para representar a todo el estado español. De hecho, cuando Carlos III crea la bandera rojigualda actual, sitúa en su centro el escudo mencionado en una versión más simplificada. Pero conviene mencionar un curioso hecho que a mucha gente le ha pasado desapercibido: en heráldica, en un escudo cuartelado tiene la preponderancia el primer cuartel (el superior izquierda). Pues bien: en la actualidad ocupa ese puesto el castillo, pero, al menos en lo que respecta al Reino de León, no siempre ha sido así. Por ejemplo, si nos fijamos en el escudo de los Austrias que preside el viejo Ayuntamiento de la capital leonesa, veremos que es el león el que figura en el cuartel predominante, y lo mismo ocurre en muchos de los escudos de la Corona de Castilla que existen en la Catedral. Pero si nos damos un paseo por Galicia, podremos apreciar que en muchos lugares ocurre lo mismo: sin ir más lejos, es el caso del escudo de la Catedral de Santiago, el del Colegio de Fonseca (en la misma ciudad), y el de algunos edificios públicos de Lugo. ¿Qué quiere decir esto? Que mucho tiempo después de la unión de las dos coronas, sus distintos territorios siguieron siendo conscientes a cuál de ellas pertenecían (aunque fuera en un nivel teórico).
Por su parte, la Junta de Castilla y León, haciendo gala de un más que dudoso historicismo, se apropió de la enseña y del símbolo heráldico, por lo que hoy en día podemos verlos por todo el territorio de la comunidad autónoma.
¿Fue ésta una decisión correcta? Evidentemente no, ya que se trató de una apropiación indebida. Bajo esos símbolos no estaban englobadas tan sólo las nueve actuales provincias de la autonomía, sino todos los reinos de la Corona castellana; Galicia, Asturias, León, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Extremadura, Andalucía, País Vasco y Murcia, y posteriormente, el Nuevo Mundo y, como hemos visto, todo el territorio nacional. ¿Cómo se explica, si no, la presencia de este escudo en la Catedral de Santiago de Compostela, en Ayuntamientos como los de Oviedo y Avilés, en edificios americanos, y en multitud de otros lugares?
Hay que resaltar que el león rampante no representa tan sólo al reino de este nombre, sino también al resto de la Corona Leonesa; Galicia, Asturias y Extremadura. De este modo, no es de extrañar que estas regiones no aparezcan nunca en la simbología estatal española, ya que ni siquiera figuran en el actual escudo constitucional, al considerarse tácitamente que estaban y están incluidas en el león púrpura.
El hecho de que la Junta se apoderara del escudo y la bandera cuartelados constituye un agravio histórico al resto de territorios que durante tantos siglos tuvieron que convivir en la Corona de Castilla, ya que bajo ellos lucharon y murieron gallegos, extremeños, andaluces, vascos, asturianos, etc., y no sólo leoneses y castellanos. Todo ello constituye una muestra más de la manipulación histórica y sentimental a la que nos someten todos los días las instituciones de Valladolid.