ALPHONSE DAUDET, FRÉDÉRIC MISTRAL, EL PROVENZAL Y EL LEONÉS

04 octubre, 2015

Alphonse Daudet
Estos últimos días estoy leyendo las obras de Alphonse Daudet, ya que desde hace lustros tenía pendiente una deuda con su "Tartarín de Tarascón" y "Tartarín el los Alpes". Ambas obras me gustaron tanto que he continuado con "Cartas desde mi molino" (1866). En una de las epístolas de este libro Daudet cuenta la especial amistad que le unía a Frédéric Mistral, otro escritor francés pero que escribía en provenzal u occitano, la lengua que estaba generalizada en toda la mitad sur de Francia hasta que los centralistas gobiernos del siglo XIX impusieron el francés estándar. El occitano, que era la lengua en que los trovadores provenzales cantaron a los reyes de León, estuvo a punto de desaparecer, y de hecho su salud  es hoy bastante mala, pero a finales del siglo XIX y principios del XX tuvo un momento esplendoroso con las obras de Mistral, que llegó a obtener el Nobel de Literatura en 1904 (compartido con el español José Echegaray). Daudet reconoció en esa carta la genialidad de Mistral, e hizo unas observaciones sobre el occitano que creo que son muy válidas para lo que ha ocurrido (y ocurre) con el asturleonés: 

Mientras que Mistral me recitaba sus versos en aquella hermosa lengua provenzal, latina en más de sus tres cuartas partes, hablada antaño por las reinas y que hoy sólo comprenden los frailes, admiraba yo en mi interior a ese hombre. Y recapacitando el estado de ruina en que halló su lengua materna y lo que con ella ha hecho, me figuraba uno de esos vetustos palacios de los príncipes de Baux que se ven en los Alpilles: sin techo, sin balaustradas en las escalinatas, sin vidrios en las ventanas, roto el trébol de las ojivas, corroído por el moho el escudo de las puertas; gallinas picoteando en el patio de honor, cerdos revolcándose bajo las esbeltas columnillas de las galerías, el asno paciendo dentro de la capilla, donde crece la hierba, las palomas acudiendo a beber en las grandes pilas de agua bendita, colmadas de agua de lluvia, y por último, entre esos escombros dos o tres familias de labriegos que han construido chozas a los lados del viejo palacio.

Y luego llega un día en que el hijo de uno de esos campesinos préndase de esas grandes ruinas y se indigna al verlas así profanadas; a toda prisa expulsa el ganado fuera del patio de honor, y viniendo en su ayuda las hadas, por sí solo reconstruye la monumental escalera, vuelve a poner tableros en las paredes y vidrieras en los ventanajes, reedifica las torres, vuelve a dorar la sala del trono y pone en pie el vasto palacio de otros tiempos, donde se hospedaron papas y emperatrices.

Ese palacio restaurado es la lengua provenzal.

Ese hijo de labriego es Mistral.

Mistral

Ojalá algún día en Asturias, León, Zamora o Miranda apareciera alguien con el talento de Mistral  para dignificar la lengua asturleonesa. Mientras tanto, a falta de un genio individual, contamos con la estupenda labor colectiva de asociaciones como Faceira, Furmientu, El Teixu, y las de la Tierra de Miranda. 

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