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Fernando I y Sancha I en su diurnal. El personaje del centro
puede ser Pedro, el escribano, o Fructuoso, el iluminador |
No conocemos con exactitud la fecha de nacimiento de Alfonso, aunque tradicionalmente se sitúa entre 1040 y 1047. En todo caso todo apunta a que fue el segundo hijo varón fruto del matrimonio entre Sancha, infanta de León, y
Fernando, el conde de Castilla hijo de Sancho Garcés III de Pamplona. Sus padres se vieron alzados al trono leonés con la muerte del rey Vermudo III en 1037, y llevaron al reino a una de sus cimas. Es cierto que la situación era muy favorable, pues al-Ándalus se había fragmentado en todo un mosaico de pequeños estados independientes llamados “taifas”. Los reyes de las taifas comenzaron a pagar a los reyes leoneses importantes tributos en oro llamados “parias” sencillamente para poder seguir existiendo, pues la supremacía militar y política de León era incontestable. Además, las taifas guerreaban entre sí con frecuencia, y en ocasiones uno de los bandos acudía ante Fernando I para pedirle ayuda militar a cambio de dinero. Todo ello produjo que el reino leonés se enriqueciera a costa de los pequeños estados musulmanes y que, curiosamente, con el dinero que le pagaban pudiera equipar mejores y más grandes ejércitos con los que aumentar todavía más su poderío. Fernando I aprovechó su superioridad militar y tomó varias ciudades del norte de Portugal.
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Expansión del reino de León durante el reinado de Fernando I (1037-1065). |
Sancha y Fernando entablaron relaciones de amistad y alianza con
la abadía francesa de Cluny, y llegaron a hacerse socios de ella. Este monasterio era el más prestigioso e influyente de toda Europa, ya que de él había partido la reforma para que la orden de los benedictinos recuperara su pureza. Los monarcas de los principales reinos europeos se asociaron con Cluny, pero los reyes leoneses lo hicieron con mayor entusiasmo que los demás: se comprometieron a pagar a la abadía 1000 dinares de oro al año, lo que constituía una auténtica fortuna (más de 4 kgs. del preciado metal amarillo). La abadía fue tan importante que su arte y su estilo constructivo fue imitado en toda Europa occidental: casi todos los monasterios e iglesias de la época fueron construidos siguiendo su estilo, incluyendo a San Isidoro y su Panteón, que fueron erigidos por Fernando y Sancha para albergar los restos del santo sevillano y de los reyes leoneses, respectivamente.
La real pareja tuvo dos hijas, Elvira y Urraca, pero también tres hijos varones: Sancho, Alfonso y García, lo que complicaba la sucesión. Antes de morir, Fernando decidió dividir el reino de León entre estos tres últimos: a Sancho, que aunque era el mayor era el que tenía un carácter más brutal, le dio Castilla; a Alfonso, que según todas las crónicas era el hijo favorito, le otorgó la parte más grande, León, con la capital; y a García, que tenía fama de no ser muy inteligente, Galicia. Con esta división cada uno de los hijos también recibía las parias o tributos de una o varias taifas: así, Sancho percibiría las de la taifa de Zaragoza, Alfonso las de la riquísima Toledo, y García las de Badajoz y Sevilla.
Al final de su vida Fernando I centró sus esfuerzos en conquistar Valencia, ya que haciéndose con esa plaza lograría partir en dos a al-Ándalus. Derrotó al ejército que defendía la ciudad, pero cuando se disponía a entrar se sintió mortalmente enfermo y decidió regresar a León para morir en compañía de los suyos. Corría el año 1065, pero a pesar de la división del reino mientras vivió la reina doña Sancha las relaciones entre los tres hermanos fueron pacíficas. Alfonso se coronó en su capital sin ningún tipo de problemas a principios de 1066, convirtiéndose así en el sexto rey de León con ese nombre. Sancho, por su parte, fue el primer rey de Castilla y trató de ampliar su reino por el Este, enfrentándose a sus primos, los reyes de Pamplona y Aragón, aunque no consiguió recuperar los antiguos límites del condado castellano. García mientras tanto tuvo que hacer frente a levantamientos de nobles en Galicia y en Portugal, lo que le mantuvo bastante ocupado y a la vez lo debilitó considerablemente.
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División del reino de León a la muerte de Fernando I (1065) |
Pero todo cambió entre los hermanos cuando su madre Sancha murió en 1067: envidiando sobre todo a Alfonso, el ambicioso Sancho comenzó a maniobrar para apoderarse de los otros dos reinos. Movilizó a sus tropas y se enfrentó al rey de León en Llantada, pero el resultado de la batalla fue muy dudoso, por lo que las cosas quedaron como estaban. Sin embargo, engañando a García logró apoderarse de Galicia, desterrando después a su hermano al reino taifa de Sevilla.
Entre las filas castellanas empezó a destacar un guerrero llamado Rodrigo Díaz, que con el tiempo sería conocido como “el Cid”. Sancho le dio cada vez más protagonismo, y lo convirtió en su hombre de confianza.
En 1072 Sancho y Alfonso decidieron jugarse el todo por el todo en una batalla en el campo de Golpejera, cerca de Carrión de los Condes. Venció el ejército leonés, pero Alfonso VI ordenó a sus tropas que no persiguieran a los derrotados castellanos para evitar un mayor derramamiento de sangre. Mientras huían el Cid aconsejó a Sancho que no aceptara su derrota, y que volviera al campo de batalla y atacara al ejército leonés al amanecer, cuando todos estuvieran dormidos en sus tiendas. Así lo hizo el rey castellano, reuniendo como pudo los restos de sus tropas, y venciendo de una forma poco honrosa. Alfonso quedó prisionero de su hermano, quien se coronó como Sancho II en León en torno al 12 de enero de 1072. Había logrado reunificar los territorios gobernados por su padre y sus antepasados, pero su entronización no fue bien recibida y hubo descontento entre la nobleza leonesa. Mientras tanto, tras pasar un corto periodo en una cárcel de Burgos, Alfonso fue finalmente desterrado al reino taifa de Toledo, regido por su tributario y amigo al-Mamún.
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Bellido Dolfos, por Alejandro Fernández Giraldo. |
Sancho II supo que su reinado no iba a ser fácil desde el principio, ya que en octubre de ese mismo año 1072 un grupo de nobles leoneses se levantó en su contra en la ciudad de Zamora. El rey sitió la ciudad y la cercó, ya que la fortaleza de sus murallas y de sus defensas naturales hacían impensable un ataque frontal. Un día, uno de los caballeros que estaba dentro de Zamora, llamado
Bellido Dolfos, vio a Sancho paseando por su campamento. Rápidamente ideó un plan: pidió el caballo más rápido de la ciudad y se puso de acuerdo con un grupo de zamoranos para que le abrieran las puertas de la muralla. Hecho esto, salió a toda velocidad equipado tan sólo con una lanza, penetró en el campamento enemigo, y atravesó a Sancho de parte a parte. Sorprendidos ante esta audaz incursión, los castellanos tardaron unos instantes en reaccionar. Bellido aprovechó ese tiempo y regresó a Zamora a galope tendido, donde fue recibido por los suyos. Esta es la versión que nos transmite la Crónica Silense, que es la más cercana temporalmente a los hechos. Sin embargo, es mucho más famosa la versión transmitida por la castellana Crónica Najerense (escrita más de un siglo después de los acontecimientos), según la cual Bellido se hizo pasar por un desertor de Zamora que, tras conseguir hacerse amigo de Sancho, lo asesinó a traición y por la espalda. Esta versión fue recogida y ampliada por los cantares de gesta castellanos del siglo XIII, que están plagados de errores históricos. En cualquier caso, la muerte de su rey supuso un cambio drástico para el reino: nadie dudó ni por un momento que el sucesor había de ser Alfonso, quien regresó de Toledo y volvió a gobernar sobre el mismo territorio de sus padres Fernando I y doña Sancha. Tras seis años como reinos independientes, Castilla y Galicia volvieron a la órbita leonesa. García regresó desde Sevilla, tal vez con la idea de recuperar su reino, pero Alfonso lo hizo prisionero y lo encarceló en el castillo de Luna, que era la fortaleza donde se custodiaba el tesoro real.
Como muestra de fuerza, en 1076 Alfonso invadió zonas pertenecientes al reino de Pamplona, anexionando al reino leonés los territorios de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y La Bureba. Aprovechando su superioridad militar Alfonso VI sometió al sistema del pago de parias a la mayoría de los estados de Taifas peninsulares casi sin arriesgar sus tropas, demostrando así que León era la principal potencia de toda la Hispania del momento. Con el tiempo llegó a hacerse con ciudades tan importantes como Lisboa, Sintra y Santarem. Los demás reyes y condes cristianos de la Península se convirtieron en sus vasallos, pidiéndole que actuara como árbitro en sus disputas y aceptando sus decisiones.
Uno de los caballeros más destacados de la corte leonesa fue Rodrigo Díaz, el Cid. A pesar de ser un guerrero inigualable cometió varios errores y torpezas e incumplió sus obligaciones, lo que ofendió a Alfonso de tal forma que acabó expulsándolo del reino en 1081. El Cid acabó sirviendo a los musulmanes al entrar al servicio de los reyes taifas de Zaragoza, y no regresó a su reino natal en mucho tiempo.
En el año 1085 Alfonso VI consiguió el mayor de los logros de la Reconquista: tomar Toledo, que siglos antes había sido la capital de la Península unificada por los visigodos. Esta conquista tenía un gran valor simbólico, y el rey leonés así lo entendió: en sus documentos generalizó el uso del título de Emperador de todas las Hispanias (“Imperator totius Hispaniae”), como forma de demostrar su superioridad sobre los demás reyes peninsulares. Además, extendió la frontera sur hasta el río Tajo, lo que produjo la impresión de que el fin de la Reconquista estaba cercano. Al caer Toledo el desánimo cundió entre los musulmanes, tal y como nos cuenta Abd Allah, el rey de Granada de por aquel entonces:
“La noticia de lo sucedido en esta ciudad tuvo en todo al-Andalus una enorme repercusión, llenó de espanto a los andaluces y les quitó la menor esperanza de poder seguir habitando en la Península”.
Tras esta conquista nada parecía poder frenar la expansión del reino de León. Pero esta impresión duró poco: en el año 1086 apareció un nuevo poder en la Península Ibérica con la llegada de los almorávides al mando del emir Yusuf Ibn Tasufin. Los almorávides eran una especie de integristas monjes-soldado musulmanes que habían creado un enorme imperio en el noroeste de África. Alarmados por la toma de Toledo, acudieron para llevar la Yihad o “Guerra Santa” contra el reino de León, y junto a tropas de las taifas derrotaron a Alfonso VI en Sagrajas, cerca de Badajoz. En esa batalla el propio rey cristiano fue gravemente herido en un muslo, si bien pudo huir con la mayor parte de sus tropas.
Una vez pasada la euforia de la victoria, los almorávides comprobaron que el primer enemigo que debían vencer era la división y corrupción moral de los reinos de taifas, ya que sus reyes apenas cumplían los preceptos del Islam, y al estar tan divididos eran un objetivo más fácil para las naciones cristianas. Debido a ello los recién llegados fueron invadiendo todas las taifas (Málaga, Córdoba, Sevilla, Badajoz...) destronando a sus señores. Por primera vez desde los tiempos de Almanzor, al-Ándalus volvió a estar reunificado. Aprovechando este empuje lograron retomar varias de las plazas conquistadas por Alfonso VI, como Lisboa, aunque su objetivo principal siempre fue Toledo. Cercaron y trataron de tomar la ciudad en varias ocasiones, pero no lo consiguieron a pesar de sus esfuerzos.
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El reino de León ante las invasiones almorávides. |
El Cid regresó al lado de Alfonso en cuanto tuvo noticia de la invasión almorávide, y se unió a sus tropas para tratar de repeler ese peligro. Sin embargo, no tardó en desobedecer al rey de nuevo, por lo que fue desterrado. Una vez más Rodrigo pasó al servicio de señores musulmanes, luchando como mercenario. Con el tiempo actuó por su cuenta, y en ocasiones contra el reino de León, como cuando en 1092, sin motivo aparente, entró a sangre y fuego en La Rioja. Logró tomar la ciudad de Valencia y toda su taifa en el año 1094, convirtiéndose así en una especie de poder independiente en la Hispania de la época, como si fuera un señor de la guerra. Esto duró poco tiempo, porque volvió a reconciliarse con el rey leonés, quien le envió refuerzos. Rodrigo falleció en 1099, quedando a cargo de la ciudad Jimena, su viuda, pero ella y sus hombres sólo pudieron resistir dos años frente a los almorávides a pesar de los auxilios que les envió el rey. El propio Alfonso acudió a Valencia en la primavera de 1102, pero cuando comprobó la imposibilidad de mantener la plaza frente a los nuevos ejércitos almorávides que habían cruzado el Estrecho en 1101, organizó la retirada y prendió fuego a la ciudad.
A lo largo de todo su reinado, Alfonso VI promovió la circulación de gentes e ideas entre Hispania y el resto de Europa. Para ello impulsó firmemente el Camino de Santiago, construyendo y reparando puentes, hospitales y calzadas a su paso por el reino. Buscó la amistad de los monjes de Cluny, el monasterio francés y europeo más poderoso de la época, y colocó a muchos monjes y nobles franceses en los puestos más importantes del reino, e incluso casó a sus hijas Urraca y Teresa con dos de estos últimos. Fue conocido en toda Europa como rey de Hispania, y aunque trató de que el papado lo reconociera como emperador, no lo consiguió.
En su afán de “europeizar” a su reino, Alfonso VI cambió la liturgia por la que se celebraban las misas y demás celebraciones cristianas. Hasta ese momento, tanto en León como en el resto de reinos cristianos de la Península se seguía el llamado “rito hispánico”, mientras que en el resto de la cristiandad occidental se usaba el rito romano. El primer rey hispano en pasarse a este último fue Sancho Ramírez de Aragón en 1071, y Alfonso, tras muchas dificultades y resistencias internas, lo impuso en León a partir del año 1080. Además, también impulsó un cambio en el tipo de escritura utilizada para los documentos: se abandonó la letra visigótica utilizada hasta entonces, y se empezó a utilizar la llamada “letra francesa” o carolina, más parecida a la que usamos hoy en día.
Con la invasión almorávide dejó de fluir hacia León el oro de las parias, por lo que Alfonso se vio obligado a acuñar su propia moneda, siendo el primer monarca leonés en hacerlo.
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Dinero de Alfonso VI con leyenda +ANFVS REX | +LEO CIVITAS |
La influencia francesa también se dejó sentir en los matrimonios de Alfonso VI: de sus cinco esposas, al menos cuatro provenían del país vecino. Ninguna de ellas pudo darle un heredero varón, ya que sólo tuvieron hijas. Tuvo mejor suerte con la mora Zaida, una de sus amantes, con quien tuvo a Sancho, llamado a heredar el reino.
Tras la invasión almorávide, Alfonso mantuvo varias batallas durante el resto de su reinado, y las victorias se alternaron con las derrotas. El rey leonés siguió realizando incursiones en territorio enemigo, y en una de ellas llegó hasta las playas de Tarifa, en pleno Estrecho de Gibraltar. Allí, en un gesto cargado de simbolismo, se internó en el agua con su caballo y arengó a sus tropas, pues era el primer rey cristiano en llegar tan al sur desde el año 711. Además consiguió impedir en todas las ocasiones el principal objetivo de los almorávides, que consistía en reconquistar Toledo. Siguiendo la estrategia de su padre Fernando I trató de partir en dos al-Ándalus con la construcción en 1086 de un castillo en Aledo, en Murcia: desde allí los soldados leoneses organizaron partidas de saqueo que castigaron esa parte de la Hispania musulmana. Pero también sufrió derrotas muy importantes: tras resistir varios asedios, Aledo cayó en 1092, aunque la derrota más decisiva fue la de Uclés (1108), donde murió Sancho, el joven príncipe heredero. Triste y amargado, Alfonso VI murió al año siguiente y fue sepultado en su amado monasterio benedictino de Sahagún. Heredó la corona su hija Urraca, que había enviudado recientemente de su marido Raimundo de Borgoña, con quien había tenido un hijo al que llamaron Alfonso Raimúndez (el futuro Alfonso VII).
Alfonso VI ha tenido que sufrir “mala prensa” por sus desavenencias con el Cid. Si nos atenemos a las crónicas y documentos de la época, fue el caballero castellano el culpable de estos conflictos debido a su belicosidad y nula visión política, e incluso debido a su desmedida ambición. El enfoque comenzó a variar cuando Castilla logró constituirse como reino independiente ya de forma definitiva en la segunda mitad del siglo XII y principios del XIII: en ese momento los juglares castellanos comienzan a forjar los famosos cantares de gesta, en los que, casi siempre sin base histórica, se idealiza todo lo referente a Castilla: por ejemplo, los Jueces de Castilla (que ni siquiera existieron), Fernán González (que en el “mundo real” nunca logró la independencia de Castilla), y el propio Cid. Todos hemos visto en la escuela fragmentos del archiconocido “Cantar del Mío Cid”, ignorando que está lleno de anacronismos y falsedades de todo tipo: baste señalar, como simple ejemplo, que las hijas aparecen como Doña Elvira y Doña Sol, cuando sabemos que se llamaban María y Cristina. Alfonso X “el Sabio” (1252-1284), que era en parte descendiente del Cid, introdujo en sus famosas Crónicas todo este material antihistórico por razones “familiares”, y porque le venía muy bien para crear un héroe a la medida de la Castilla a la que pretendía endiosar. Estas Crónicas fueron las primeras redactadas en castellano, lo que favoreció que eruditos de toda la geografía española pudieran leerlas (y creer lo que contenían). Más recientemente, otro de los responsables de la mitificación del Cid y de la mala imagen de Alfonso VI fue el historiador y filólogo Ramón Menéndez Pidal (1869-1968): su obsesión por Rodrigo Díaz fue tan grande que tituló a una de sus obras más monumentales “La España del Cid”, como si éste personaje fuese la medida de todas las cosas en su época. Sus estudios elevaron casi hasta lo sagrado la categoría literaria de los cantares cidianos (y hay que reconocer que calidad literaria no les falta), y ésa es la razón de que aparezcan en todos los libros de texto de Lengua y Literatura de nuestra época.
Toda esta información la podéis ampliar si leéis mi libro
"Alfonso VI de León y su reino". En principio está agotado, pero puede encontrarse en muchas bibliotecas de todo el país.