La Diáspora
Tradicionalmente se dice que la diáspora o dispersión de los judíos comenzó en el 70 d.C., con motivo de la destrucción del Templo de Jerusalén. Ésta es la versión transmitida por los Padres de la Iglesia, que estaban interesados en presentar esa dispersión como un castigo divino por haber matado a Jesucristo. En realidad hoy en día sabemos que comenzó mucho antes, siglos antes de nuestra Era. Como es lógico, los judíos comenzaron a establecerse en Asia Menor y en puntos de África más cercanos a Judea, aunque pronto buscaron lugares más alejados.
Desconocemos el momento en el que llegaron a la Península Ibérica. Hoy ya se descarta la identificación de la Tarsis bíblica con nuestra civilización hispana de Tartesos, que habría supuesto un primer contacto en torno al 500 a.C. En realidad los primeros asentamientos en la Península fueron posteriores, y casi con seguridad se produjeron en el Mediterráneo (Ampurias, Tarragona, Málaga...).
En cualquier caso, la diáspora fue un fenómeno cuya dimensión aumentaba con el paso del tiempo, de tal forma que en época del emperador Calígula (37-41 d.C.) ya se decía que había más judíos fuera de Judea que dentro, calculándose unos 4 millones frente a 3, respectivamente.
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San Pablo de Tarso |
No mucho después, San Pablo (que murió en el 67 d.C. a manos de Nerón) mostró su intención de visitar las comunidades judías de Hispania. El testimonio se halla en la Epístola del apóstol San Pablo a los Romanos, capítulo 15, versículos 23-24:
“Pero ahora, no teniendo más campo en estas regiones, y deseando desde hace muchos años de ir a vosotros [los romanos], cuando vaya a Hispania, iré a vosotros; porque espero veros al pasar, y ser encaminado allá por vosotros, una vez que haya gozado con vosotros”.
Este fragmento puede significar que ya existían comunidades de judíos a los que dirigirse para convertirlos al cristianismo, o bien puede referirse a Hispania simplemente como extremo del mundo conocido, ya que su evangelización daría cumplimiento a la profecía de Jesús según la cual su Segunda Venida se produciría cuando la Buena Nueva se hubiera extendido de uno a otro confín de la Tierra.
Poco después, con la destrucción del Templo del 70 d.C. nuevas oleadas de judíos abandonaron su país: muchos atravesaron todo el norte de África, y debieron llegar también al interior de Hispania. No estaban discriminados por las autoridades romanas: si vivían en barrios propios no era por imposición legal, sino por su propia comodidad, para tener más cerca los baños rituales, la sinagoga, las carnicerías kosher, etc. Se dedicaban a las mismas actividades que los demás ciudadanos del Imperio, y crecían en número rápidamente.
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La Diáspora Judía. Fuente: Atlas Histórico Mundial de Ed. Istmo. |
Los judíos en Hispania
Los problemas para los judíos comenzaron por los roces con las incipientes comunidades cristianas. En el concilio de Elvira, a comienzos del s. IV, los obispos arremetieron frontalmente contra ellos, debido a que los judíos organizaban auténticos debates teológicos que lograban que muchos nuevos cristianos se cambiaran de bando y se pasaran al judaísmo. Por los textos del concilio sabemos que ya había comunidades hebreas en las principales ciudades romanas de Hispania, y que Astúrica Augusta (Astorga) contaba con una.
En el 418 tenemos el primer caso hispano de asalto a una judería por parte de cristianos: se produjo en Menorca, y finalizó con la sinagoga reducida a cenizas y con la conversión forzosa de más de quinientos judíos.
La situación cambió a mejor para los judíos con las invasiones germánicas del s. V, ya que los visigodos eran cristianos, pero de la rama arriana, así que no aceptaban el dogma de la Santa Trinidad de los católicos. Debido a sus enfrentamientos con la Iglesia los visigodos acabaron viendo con cierta simpatía a los judíos, aunque también les impusieron algunas restricciones.
Pero en el 589 d.C. el rey Recaredo se convirtió al catolicismo y entre otras medidas sometió a los judíos a la exclusión social. El rey Sisebuto fue más lejos en el año 633, porque quiso obligarlos a elegir entre la conversión o el exilio. Tal y como harían los Reyes Católicos más de ocho siglos después, los últimos reyes visigodos quisieron imponer la unidad religiosa de Hispania, y pretendieron esclavizar a todos los judíos y conversos.
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La conversión de Recaredo, por Antonio Muñiz Degrain. |
Los judíos y al-Ándalus
Con semejante clima de persecución religiosa, no es de extrañar que los judíos hispanos viesen la invasión musulmana del 711 como una auténtica liberación: de hecho en varias ciudades colaboraron activamente con los nuevos invasores. Y tenían razón: en al-Ándalus su situación mejoró mucho, porque los musulmanes no los obligaban a convertirse al Islam (ni a ellos ni a los cristianos) aunque, eso sí, a cambio del pago de un impuesto llamado jizya o jizaya . Antes de rascarse el bolsillo muchos judíos y cristianos prefirieron abrazar la fe de Mahoma, de tal forma que a finales del s. XII se calcula que el 80% de los habitantes de la península se habían pasado al Islam.
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La primera invasión musulmana de Hispania. |
En las ciudades musulmanas los judíos vivían en la aljama, palabra que proviene de una palabra árabe que más o menos significa “concejo”. Eran unos barrios en los que los hebreos se agrupaban de forma voluntaria,e incluso tenían sus propias autoridades. Algunos de sus habitantes se dedicaron al comercio de esclavos y de eunucos, lo que los volvió bastante impopulares entre el resto de la población. Cuando un judío alcanzaba un cargo especialmente importante en la administración, con frecuencia se desataba el resentimiento de los musulmanes, quienes al igual que los cristianos llegaron a hacer enormes matanzas y persecuciones, aunque las motivaciones religiosas eran, por lo general, secundarias.
En cualquier caso, las persecuciones contra los judíos fueron poco frecuentes en al-Ándalus hasta las invasiones de los almorávides (1086) y de los almohades (mediados del s. XII), dos dinastías africanas que tenían una visión integrista del Islam. En este sentido, si la situación ya había sido mala con los almorávides, las presiones almohades (1146-1195) fueron tan grandes que prácticamente todas las comunidades judías huyeron de al-Ándalus a otras zonas islámicas o bien a los reinos de León y Aragón.
En el reino nazaría de Granada, que fue el último en caer en manos cristianas, no se permitía la presencia de judíos ni cristianos, y ya sólo esto debería bastar para eliminar la idílica imagen de la convivencia pacífica de las tres religiones en la Península.