Así que el proyecto de comenzar a fumar en pipa durmió el sueño de los justos hasta que, cuando ya había empezado Biblioteconomía, y ya había leído “El Señor” unas cuatro o cinco veces, se me ocurrió un plan para evitar el rechazo paterno: compré una pipa en un estanco (una “Bruyere” baratina), y se la dí a un amigo con el encargo de que me la “regalase” amablemente. La maquinación funcionó, y tras varias pruebas previas (y si mal no recuerdo), oficialmente comencé a fumar en pipa la Nochevieja de 1996. Los inicios fueron muy frustrantes: la pipa se me apagaba cada poco, y tan sólo me duraba una escasa media hora. Eso sí; me encantaba el sabor de los tabacos con los que experimentaba (Borkum Riff Ultra Light, y las variedades de vainilla y whisky), aunque a cambio obtuve unos mareos de campeonato. En el estanco donde me vieron la pipa y el tabaco me regalaron un atacador, pero en mi ignorancia pensé que sólo servía para limpiar de ceniza la cazoleta. Durante muchos años ignoré la existencia de algo tan básico y necesario como las escobillas limpiapipas, unas varillas de alambre fino recubiertas de una especie de algodón que sirven para retirar la humedad del interior de la pipa mientras se fuma. A causa de este desconocimiento, mi primera y veterana pipa se fue desconchando y adquirió un aspecto sencillamente cochambroso.
Pero algunos años después, gracias a la página del Barcelona Pipa Club , tuve la suerte de entrar en contacto con “La Pipalista”, una lista de correo electrónico en la que cientos (tal vez miles) de fumadores de pipa intercambian sus experiencias, pruebas de tabaco, etc., etc. Sus correos inundaban mi Outlook, ya que llegaban varias docenas al cabo del día, pero allí aprendí todo lo necesario para conseguir unas fumadas largas y satisfactorias. Gracias a esta lista aprendí que el tabaco se puede usar como ingrediente de cocina; descubrí que existe un tabaco casi prohibido con el exótico nombre de Latakia (y tuve mis escarceos con él); sufrí con el Pipa Club de Barcelona cuando sus caseros intentaron echarlos de su magnífico club social, etc.
En la actualidad, he desterrado los Borkum de mi repertorio, y se podría decir que mi marca favorita es MacBaren, aunque mis tabacos favoritos son el Springwater y el Calumé (en este orden). Por desgracia llevo meses sin probar el primero, porque no consigo encontrarlo en ningún estanco leonés.
Pero no vayáis a pensar que me paso el día con la pipa en la boca: aunque siempre llevo una conmigo en mi inseparable zurrón, tan sólo la utilizo los fines de semana, y no todos. Quizás por eso la utilizo más frecuentemente en vacaciones.
Algo que he comprobado en estos años es que fumar en pipa no es adictivo, ya que puedo pasarme semanas sin fumar y sin sentir el “mono” que tuve tras abandonar los cigarrillos (la escasa semana que los fumé). Me imagino que este hecho se debe a varios factores: en primer lugar, a que, como en el caso de los puros, no se traga el humo (sólo se saborea). En segundo lugar, porque, al parecer, el tabaco de pipa lleva menos aditivos que el de los cigarrillos. Y, en tercer lugar, porque fumar en pipa requiere tranquilidad y sosiego, mientras que encender un cigarrillo es rápido y sencillo.
Contra lo que pueda parecer, existe una mayor variedad de tabacos de pipa que de cigarrillos: a la gran diversidad de marcas (Borkum Riff, MacBaren, Gravina, Amsterdamer, etc.) hay que sumarle toda la plétora de sabores que ofrece cada una de ellas (vainilla, cereza, mango, etc., pasando por la Latakia –de horrible olor- y el tabaco puro sin aditivos).
Si tengo tiempo y ganas, os irá enseñando poco a poco mis diferentes pipas, y mis tabacos favoritos. En el próximo artículo sobre el tema, explicaré el procedimiento a seguir para preparar, encender y fumar una pipa.