Curiosamente, la primera vez que lo leí fue cuando tenía 17 años y estaba interno en los Agustinos. El libro me llamó la atención por su volumen (1.100 páginas) y por eso lo saqué de la pequeña biblioteca del Internado. Por cierto, y perdonadme el excurso, pero una de las cosas de las que más orgulloso estoy de haber hecho este curso en el Internado es haber desmantelado una sala de televisión y haberla convertido en una nueva diminuta biblioteca. En lo que llevamos de curso, ya son tres los internos que han leído esta obra, pero hay que reconocer que estaban animados por el éxito de las películas.
Volviendo al libro en sí, la verdad es que esa primera vez no me enteré de mucho, pero me encantó la maestría literaria de Tolkien. Tardé bastante más en leer "El Hobbit", que constituye la "precuela" de "El Señor de los Anillos", y que está escrita bastantes años antes que éste último en un estilo totalmente diferente (no en vano "El Hobbit" comenzó como un cuento que Tolkien iba creando para deleite de sus hijos). Y todavía tardé más en leer "El Silmarillion", que es un compendio de la mitología de la Tierra Media escrito como si fuera una especie de Biblia (recordemos que Tolkien era católico en Inglaterra, lo que no es un asunto baladí).
Cuando ya había leído el libro un par de veces o tres, escribí el siguiente artículo para la recién nacida revista "Aljama", que era (y es) el órgano de comunicación de la asociación cultural de Puente Castro del mismo nombre. Como veréis, en aquella época todavía no existía el proyecto de las películas, y ni siquiera había rumores en ese sentido.
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS
En este libro, Tolkien se muestra como un autor literario de primera magnitud, y no sólo por su estilo florido y cuidado, o por sus maravillosas y realistas descripciones de viajes, personajes y paisajes, sino también por los trasfondos filosóficos (y casi metafísicos) que se pueden encontrar a poco que se ahonde en el argumento: la eterna lucha entre el Bien y el Mal, la corrupción intrínseca que conlleva el poder, y, sobre todo, la omnipresente preocupación por el Destino. De todas maneras, no quiero dar la impresión de que éste es un libro filosófico: todo lo contrario. “El Señor de los Anillos” (1954-55) es una obra de esparcimiento y de disfrute que embriaga los sentidos del lector, obligándole a sumergirse plenamente en su lectura. Y es que si hay que destacar una virtud en este libro es su capacidad de introducir al lector dentro de la historia y del mundo que Tolkien nos muestra ( la Tierra Media). Savater afirma que esta novela es “el capricho literario más logrado de los últimos cincuenta años”, aunque parece frívolo calificar de capricho a una obra literaria que llevó al autor más de cuatro décadas de trabajo.
“El Señor de los Anillos” es una continuación de “El Hobbit”, aunque puede ser leído de manera independiente. Estos dos libros y “El Silmarillion” componen un mundo y una mitología únicos, creando un universo en el que nada está dejado al azar.
La obra que nos ocupa se divide en tres partes: “La Comunidad del Anillo”, que nos narra el redescubrimiento de un Anillo fabricado eras atrás por Sauron (encarnación del Mal) para esclavizar a los Pueblos Libres (Hombres, Elfos, Enanos y Hobbits). Representantes de estas razas se reúnen en concilio y deciden que hay que arrojar el Anillo en el Monte del Destino: la casi imposible misión le es encomendada a Frodo, un hobbit, y le dan ocho acompañantes para hacer frente a los nueve Nazgûl servidores de Sauron. En “Las dos Torres” comienzan las guerras entre Hombres y Orcos. Frodo y Sam, su sirviente, se separan del resto de la Comunidad del Anillo para llevar a cabo la misión en solitario.
En “El Retorno del Rey” se descubre que uno de los integrantes de la Comunidad es descendiente directo de los grandes reyes de Oesternesse; toma el mando de los ejércitos de los Hombres e intenta recuperar el reino de Gondor de las manos de los Orcos. Entretanto, Frodo y Sam se internan en el país del maléfico Sauron, intentando desesperadamente cumplir la misión que les ha sido encomendada. Es preferible que el desenlace lo descubra el lector por sí mismo, dado lo inesperado y apoteósico del mismo. Éste es, a grandísimos rasgos, el argumento de “El Señor de los Anillos”, aunque, como bien saben los que han leído esta deliciosa obra, es imposible plasmar en un resumen todas las historias que se cruzan y entremezclan, todos los inolvidables personajes, los conmovedores paisajes, las épicas batallas y luchas…
Esta novela se ha convertido en una obra de culto, y su influencia en la literatura posterior es tan grande, que resulta imposible imaginarse la literatura fantástica de la segunda mitad del siglo XX sin ella. En la actualidad, se está dando una cierta proliferación de trilogías y libros que intentan imitar infructuosamente a “El Señor de los Anillos”, pero las comparaciones son totalmente odiosas: la obra de Tolkien sigue brillando con luz propia y merecida en el primer lugar de la literatura fantástica, y es previsible que ahí siga durante mucho tiempo.
Es de destacar que se hizo una versión cinematográfica, llevada a cabo por R. Bakshi (1978). Más recientemente se publicó un juego de rol basado en este libro (“El Señor de los Anillos: Juego de Rol en la Tierra Media”), y se considera que ha sido el más vendido en España. El año pasado ha salido al mercado un juego de cartas coleccionables con el mismo título, y hay que reseñar la excelente calidad que alcanzan algunas ilustraciones. En el mercado se pueden encontrar multitud de pósters, camisetas, colgantes, pegatinas, etc. con temas sacados del Señor de los Anillos. Ningún amante de la fantasía y de la imaginación puede perderse un libro tan maravilloso e increíble como éste.